sábado, 15 de junio de 2013

El inmoral desenlace de una teoría moral


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PETERSINGER 12:00 A.M. 15/06/2013
PRINCETON – ¿Es siempre incorrecto terminar con una vida humana inocente? Muchos defensores filosóficos de la tradición de la ley natural de la Iglesia católica romana sostienen que no hay excepciones a esta prohibición, por lo menos cuando se habla de intencional y directamente quitar la vida, en contraposición a hacerlo como un efecto secundario de alguna otra acción. (Estos teóricos morales también definen “inocente” en una forma que excluye a los combatientes enemigos, siempre y cuando la guerra sea justa).
Cuando ese punto de vista se combina –como normalmente ocurre en la doctrina católica– con la declaración de que cada hijo de padres humanos es un ser humano viviente desde el momento de la concepción, la inferencia resultante indica que el aborto nunca es permitido. Sin embargo, el caso de una joven de 22 años de edad de El Salvador, identificada en los medios de comunicación únicamente como Beatriz, hace que el carácter absolutista de ese punto de vista sea muy difícil de defender.
Beatriz, madre de un niño pequeño, sufre de lupus, una enfermedad autoinmune, y de otras complicaciones. Su primer embarazo fue muy difícil. Luego volvió a quedar embarazada y los médicos dijeron que cuanto más tiempo permaneciera embarazada, corría mayor riesgo de morir.
Para la mayoría de las mujeres, lo dicho por los médicos por sí solo sería motivo para interrumpir el embarazo. Pero Beatriz tenía una poderosa razón adicional para hacerlo: el feto tenía anencefalia, una condición en que la corteza cerebral, la parte del cerebro asociada con la conciencia, está ausente.
Casi todos los bebés con esta afección mueren poco después del nacimiento y los pocos que sobreviven son incapaces de responder incluso a la sonrisa de su madre. En los países donde se llevan a cabo diagnósticos prenatales y existen leyes liberales sobre el aborto, la anencefalia se ha vuelto muy poco frecuente, ya que casi todas las mujeres a quienes se les dice que están embarazadas de un feto anencefálico deciden interrumpir el embarazo.
Mientras los países europeos tradicionalmente católicos como Italia y España han liberalizado sus leyes de aborto, América Latina se ha mantenido fiel a la fe, conservando algunas de las prohibiciones legales más estrictas del mundo. El año pasado, en la República Dominicana, durante varias semanas se negó el tratamiento de quimioterapia a una niña de 16 años de edad con cáncer porque estaba embarazada y a los médicos les preocupaba la posibilidad de que el tratamiento, que posiblemente hubiese podido salvar la vida de la niña, indujera un aborto. Aunque posteriormente se permitió que la niña comenzara el tratamiento, tanto ella como el feto murieron.
En El Salvador, el aborto está prohibido, sin excepción. En abril, los médicos de Beatriz pidieron a los tribunales permiso para interrumpir su embarazo por razones médicas, pero se les negó la petición. El 29 de mayo, la Corte Suprema rechazó la apelación de Beatriz.
Para cualquier persona preocupada por el bienestar humano –o, para el caso, preocupada por la prosperidad humana en general– tal desenlace no tiene sentido. Abortar un feto anencefálico termina una vida que puede ser humana, en la medida en que es la vida de un miembro de la especie Homo sapiens; pero es una vida que tendrá cero de bienestar ya que el bebé (en caso de vivir) no podrá disfrutar de nada.
En cambio, no permitir que Beatriz se someta a un aborto arriesga causar la muerte de una mujer joven que desesperadamente quería vivir, y tenía mucho por qué vivir. También se corre el riesgo de privar de su madre a un hijo de un año de edad.
Después de la decisión de la Corte Suprema, la ministra de Salud de El Salvador, María Rodríguez, anunció que a Beatriz se le permitiría someterse a una “cesárea prematura”, que según indicó la Ministra no se trata de un aborto, sino de un “parto inducido”. Este procedimiento se llevó a cabo el 3 de junio. El bebé recién nacido y anencefálico murió cinco horas después de su alumbramiento.
Si se suponía que ese era un mejor desenlace en comparación con una terminación temprana del embarazo, es difícil ver para quién fue mejor. Ciertamente no fue el mejor resultado para Beatriz, quien todavía está en cuidados intensivos, y para cuya salud el impacto del embarazo a largo plazo sigue siendo poco claro. ¿Y cómo se benefició el niño anencefálico de tener otro par de meses de vida en el útero, y posteriormente cinco horas de vida después de nacido?
Un punto pasado por alto en la discusión del caso de Beatriz es que la misma teoría de la ley natural que insiste en que matar a un ser humano inocente es siempre incorrecto, proporciona el fundamento para argumentar que no es incorrecto matar a un feto anencefálico. En innumerables textos, los filósofos, teólogos y bioeticistas católicos argumentan que siempre es malo matar a seres humanos inocentes porque, a diferencia de los animales no humanos, tienen una “naturaleza racional”. Los defensores de este argumento utilizan ese término para incluir a los seres que aún no son capaces de racionalidad, pero que la alcanzarán en el curso normal de su desarrollo.
El uso del término “un ser que tiene naturaleza racional” es muy amplio, tal vez demasiado amplio, incluso cuando se aplica a los fetos normales. Pero aplicarlo a los fetos anencefálicos requiere de un paso más, muy lleno de incertidumbres.
Tomás de Aquino, por ejemplo, no creía que la naturaleza racional esté presente en cada miembro de la especie Homo sapiens. Él creía que es necesario un cierto grado de desarrollo para que el animal humano se convierta en un ser con naturaleza racional. En el caso de un feto anencefálico, tal desarrollo es imposible. No puede convertirse en un ser racional.
Por esa razón, incluso los que creen que siempre está mal matar intencionalmente a un ser inocente por ser de naturaleza racional, no deberían haberse opuesto a permitir que Beatriz interrumpiera su embarazo. Deberían haber adoptado una solución humanitaria que minimice el riesgo de un final trágico a una historia que desde un principio ya era demasiado triste.
Peter Singer Profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de Melbourne.