martes, 31 de marzo de 2015

Jesús y el “chico” del homosexual: Mt 8, 5-13 par

Xavier Pikaza
www.religiondigital.com/180315

RD ha publicado hace unos días la noticia de que el Papa Francisco nombrará un coordinador para la investigación de la pederastia clerical en España. En ese contexto se sigue planteando en algunos medios no sólo el tema de la pederastia (que es un crimen), sino el de la homosexualidad (que es una conducta afectiva y sexual).

En principio esos temas no tienen relación ninguna, pues la pederastia puede darse lo mismo entre homo- como entre hetero-sexuales (aunque en ciertos ambientes cerrados ha podido darse más entre homosexuales).

Pero, a fin de plantearlos mejor, en clave de evangelio, me parece conveniente recoger en este portal un trabajo que mi amigo Ariel Álvarez Valdés acaba de publicar sobre el milagro de Jesús con el “amante” del Centurión de Cafarnaúm. Es difícil mejorar lo que Ariel dice pero, dado que me cita (he desarrollado el tema en algún lugar de mi Diccionario de Biblia y en un Blog de RS21, año 2006), publicaré tras el estudio de Ariel mi propio y pequeño trabajo sobre el tema.

Gracias, Ariel, una vez más, por admitir mi compañía en este portal de RD.


¿HIZO JESÚS UN MILAGRO A UN HOMOSEXUAL?

Álvarez Valdés


Las iglesias cristianas suelen condenar de manera terminante la práctica homosexual. La consideran un acto intrínsecamente desordenado e inaceptable. El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, por ejemplo, la califica de grave depravación, y de triste consecuencia del rechazo a Dios (nº 2357). Y algunos teólogos protestantes, como Kart Barth, la han llamado “fenómeno perverso” y “una inversión del orden natural de la creación”. A su vez, todos dicen oponerse a ella basándose en la Biblia.

Ahora bien, resulta curioso que en los Evangelios no exista ninguna frase o enseñanza de Jesús sobre el tema, algo sumamente llamativo porque la homosexualidad era un fenómeno bastante extendido en la cultura greco-romana de su tiempo. Los poetas la ensalzaban en sus obras; la sociedad la toleraba como un hecho habitual; y Palestina estaba rodeada e impregnada de esa cultura. Basta ver un mapa del país para comprobar que existían unas 30 ciudades griegas en su territorio.

¿Cómo es que Jesús no opinó o aludió nunca a esa cuestión?

Un número creciente de biblistas, como T. Horner (1978), M. Gray-Fow (1986), G. Theissen (1987), D. Mader (1992), J. E. Miller (1997), T. D. Hanks (2000), T. Jennings (2004), T. Benny Liew (2004), R. Goss, y X. Pikaza (2006), sostienen que no hallamos en los Evangelios referencias a ella porque Jesús nunca condenó expresamente la homosexualidad. Y para ilustrarlo, afirman que una vez le hizo un milagro a un homosexual sin cuestionar su condición. El favorecido fue un centurión de Cafarnaúm (Mt 8,5-13).

Tierra de dos gobiernos

Este hombre es uno de los personajes más impresionantes del Evangelio. Se trata del único militar que acude a Jesús. El único que le pide un milagro a distancia. El único que le contó una parábola. Y el único al que Jesús alabó por tener la fe “más grande” de todo Israel (Mt 8,10), colocándolo así por encima de sus discípulos y de la virgen María.

El relato comienza diciendo que cierto día en que Jesús se hallaba en Cafarnaúm, se le acercó un centurión para rogarle: “Señor, mi muchacho está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente” (Mt 8,6).

En aquella época, Palestina contaba con dos clases de ejércitos. Uno era el de Roma, ya que el país estaba sometido a su dominio desde hacía muchos años. El Nuevo Testamento menciona a varios de sus integrantes: el soldado (Mc 15,16), el centurión (Mc 15,39), el tribuno (Jn 18,12), la cohorte (Jn 18,3), la caballería (Hch 23,23). Todos ellos dependían del gobernador romano Poncio Pilato.
Pero Pilato sólo administraba el centro y sur del país (Samaria, Judea e Idumea), y sólo allí estaban sus tropas, mientras que el milagro de Jesús ocurrió en Cafarnaúm, es decir, al norte. Por lo tanto, este militar no pertenecía al ejército de Pilato. Formaba parte del regimiento provinciano de Galilea, que protegía esa región, y dependía del tetrarca Herodes Antipas. Aunque más modesto y reducido que el romano, estaba organizado a semejanza de éste, tanto en su estructura, como en su jerarquía y su disciplina. Sus integrantes eran en su mayoría paganos, y de cultura griega. De hecho, Mateo indica expresamente que el militar que fue a verlo no era judío (Mt 8,10).

Ni hijo ni sirviente

Este oficial tenía el grado de “centurión”. Así se llamaban los que estaban al frente de una centuria, es decir, cien soldados. Tenía, pues, una categoría alta dentro del ejército herodiano.

La presencia de un funcionario de esa jerarquía en Cafarnaúm es comprensible. La ciudad se hallaba en la frontera internacional, a sólo 5 kilómetros del límite entre Galilea y Galaunítide. Además, la atravesaba una de las rutas comerciales más importantes del país. Por eso estaba protegida por una centuria. El centurión era la máxima autoridad civil de la ciudad.

Según Mateo, el militar se presentó ante Jesús y le rogó que curara a un joven paralítico que estaba en su casa y sufría mucho. ¿Quién era el enfermo? Mateo no lo dice. Sólo lo identifica con la palabra “páis”, término griego que significa “joven”, “muchacho”. Algunas Biblias lo traducen por “sirviente”. Pero es un error, porque cuando Mateo se refiere a un sirviente usa la palabra “doúlos”. Así por ejemplo, en este mismo episodio el centurión le dice a Jesús: “cuando le pido a mi sirviente (doúlos) que haga algo, lo hace” (v.9). Evidentemente el muchacho no era un sirviente.

Otras Biblias prefieren traducirlo por “hijo”. Pero tampoco es correcto, porque Mateo para hablar de un hijo emplea el término “houiós”, como se ve también en este episodio (v.12). Nunca, de las 26 veces que Mateo utiliza la palabra “páis”, se refiere a un “hijo”.

Existe además una razón histórica que impide traducirlo por “hijo”. Y es que los centuriones tenían prohibido casarse y tener hijos mientras prestaban servicio en el ejército. Sabemos que hacia el año 13 a.C. el emperador Augusto prohibió mediante una ley a los soldados que estaban por debajo del grado de oficiales senatoriales y ecuestres (incluidos los centuriones) tomar esposa y formar una familia. La prohibición fue levantada en el 197 d.C. por el emperador Septimio Severo. Por lo tanto, el muchacho paralítico no podía haber sido hijo del centurión.

Por un sueldo superior

Si el joven enfermo no era ni sirviente ni hijo del centurión, ¿qué relación tenía con él? Existe un tercer sentido de la palabra “páis” (muchacho), conocido gracias a los estudios de la literatura clásica, y es el de “amado” o “favorito” en una relación homosexual. Se lo llamaba “muchacho” afectuosamente, aun cuando fuera adulto.

En efecto, historiadores griegos como Tucídides (s.V a.C.), Jenofonte (s.IV a.C.), Calímaco (s.III a.C.), Polieno (s.II a.C.) y Plutarco (s.I), cuentan cómo ya en aquel tiempo los comandantes griegos solían tener sus jóvenes amantes (“páis”) dentro del ejército, con los cuales convivían. Algunos describen incluso las peleas que a veces se daban entre los oficiales por “algún muchacho bello en el que un soldado había puesto su corazón”.

Otros autores e historiadores romanos como Plauto (s.III a.C.), Valerio Máximo (s.I), Marcial (s.I) y Tácito (s.II) narran historias de oficiales de la legión romana que tenían soldados como amantes, y dan hasta los nombres de ciertos centuriones afectos a esas prácticas.

El término “páis”, pues, en el ambiente castrense antiguo, era comúnmente utilizado para referirse al joven amante de una pareja homosexual.

Que semejante práctica se hallaba muy extendida, lo confirma un reciente estudio arqueológico realizado en un campamento romano del siglo I, en Vindolanda (Inglaterra). Los restos hallados en algunas de las habitaciones excavadas, han llevado a los arqueólogos a exclamar que éstas se asemejaban más a un burdel masculino que a un cuartel.
Esto corrobora que en el ejército romano (y sin duda también en el de Herodes) los centuriones y demás superiores convivían con jóvenes amantes; lo cual les era facilitado porque recibían una paga superior a la del resto de los soldados, y dormían en cuarteles más amplios.

Fuera de casa es mejor

Es posible, entonces, que el joven por el que viene a interceder el centurión sea su propia pareja. Si esto es así, se aclara un detalle difícil de explicar, y es por qué un militar de su rango se toma el trabajo de ir personalmente a implorar a Jesús por un simple sirviente. Pero al ser una persona afectivamente importante para él, la dificultad desaparece.

También se aclara otro punto oscuro del relato, y es la negativa del centurión a que Jesús vaya a su casa. En efecto, cuando Jesús quiere ir a curar al enfermo, sorpresivamente el centurión se lo impide y le dice: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que digas una palabra y mi muchacho se sanará” (Mt 8,7-8).

¡Qué reacción tan insólita! Todo el mundo quería que Jesús tocara a sus enfermos y les impusiera las manos. Algunos incluso los llevaban cargando con grandes sacrificios, como los cuatro amigos que descolgaron por el techo a un paralítico (Mc 2,1-12), o el padre que llevó a su hijo en medio de convulsiones (Mc 9,14-27). Y cuando era imposible llevarlo, le pedían que Jesús fuera a su casa, como Jairo cuando se moría su niña (Mc 5,21-24), o la mujer griega con su hijita endemoniada (Mc 7,24-26). Pero que alguien se oponga a que Jesús vaya a ver a un enfermo, es algo inaudito en el Evangelio. ¿Qué razón poderosa movió al centurión a obrar de esa manera?

Según sus propias palabras, él no era digno. Pero no explica porqué. Ahora bien, sólo una razón de tipo moral puede justificar semejante indignidad. Y debió de haber sido la vergüenza de llevar a Jesús a donde convivía con su joven amante, sabiendo que los judíos rechazaban enérgicamente la práctica de la homosexualidad.

Que lo arregle una embajada

La versión de este milagro, que encontramos en el Evangelio de Lucas, reafirma en cierto modo tal interpretación (Lc 7,1-10). Este evangelista, al contar el episodio, debió hacerle algunos cambios para evitar el escándalo de sus lectores.

En primer lugar, viendo que la palabra “páis” (“joven”) tenía connotaciones sexuales, prefirió reemplazarla por el término griego “doúlos”, presentando así al joven como “sirviente” del centurión. Pero con este cambio creó un problema: ¿cómo era posible que un militar de su categoría se interesara por un simple esclavo?

Para solucionarlo, añadió que era un sirviente “muy querido” (v.2). Además agravó la enfermedad del muchacho: en vez de decir que estaba paralítico, dijo que se estaba muriendo (v.2). Con todo esto, pretendía justificar la urgencia del centurión. Pero de nuevo uno se pregunta: ¿por qué quería tanto a su sirviente, al punto de abandonar sus obligaciones militares e ir personalmente a buscar a alguien que lo curara?
Comprendiendo la nueva dificultad que había provocado, decidió hacer un segundo cambio y decir que no fue el centurión quien salió a buscar a Jesús, sino que mandó una delegación de judíos para que lo buscara en su nombre.

Atenuando la humillación

Estas modificaciones operadas por Lucas en su relato generaron un tercer inconveniente. Ahora el centurión no tiene problemas de que Jesús vaya a su casa. Pero si Jesús va, pierde fuerza el sentido del milagro, cuyo centro es la fe del centurión en el poder a distancia de Jesús. Entonces Lucas resolvió agregar una segunda embajada del centurión, para detener a Jesús y que no llegara a su casa (v.6). ¡Una evidente incoherencia, ya que dos versículos antes le había rogado que fuera!

Cuando llega la primera embajada ante Jesús, resulta curioso ver cómo en vez de pedirle que vaya a curar al joven (que era lo esperable), comienza a alabar al centurión y a decir que es un hombre “digno” (v.4). ¿Por qué? Es que Lucas, sabiendo que más adelante llegará la segunda embajada del centurión diciendo que no es digno de que vaya a su casa, lo hace alabar de antemano, con el fin de alejar cualquier sospecha de indignidad moral del militar.

De este modo, con modificaciones, incoherencias, marchas y contramarchas, Lucas pudo rescatar el episodio para sus lectores.
Ahora es otro el que no quiere

Una tercera versión de este milagro la encontramos en el Evangelio de Juan (Jn 4,46-53). Y también él debió realizar cambios para evitar la posible turbación de sus destinatarios.

Ante todo, al igual que Lucas suprimió la palabra “páis” por las connotaciones sexuales que podía tener, y en su lugar empleó el término griego “huiós”, convirtiendo así al joven en “hijo” del centurión.

Pero el evangelista sabía que eso no era posible, porque los militares no solían tener hijos ni vivir con sus familias hasta después de licenciarse. Entonces tuvo que reemplazar al centurión por un “funcionario real”, es decir, por un empleado de la corte del gobernador Herodes Antipas. Así, transformó al soldado pagano y de costumbres sospechosas en un judío (como se deduce del v.48).

Al tratarse ahora de un judío, cuya moral no encerraba escándalo alguno, el Evangelio de Juan no tiene ya motivos para que el funcionario no quisiera recibirlo en su casa. Pero si Jesús va, no podrá curarlo a distancia, que es el objetivo del relato. Entonces dice Jesús mismo se niega a ir. ¿El motivo? Porque el funcionario, como buen judío, sólo quiere ver signos maravillosos. Y le pide que regrese a su casa confiando en la sanación de su hijo. Ahora ya no es el hombre el que muestra una fe prodigiosa, sino Jesús el que le pide una fe prodigiosa.

Una terrible palabra

Mateo parece haber conservado, en su Evangelio, el recuerdo de un milagro a un homosexual, retocado más tarde por Lucas y Juan. Y llama la atención el silencio de Jesús ante su condición. No lo reprende por su forma de vida, ni lo rechaza, ni lo condena. Lo cual no significa que Jesús estuviera a favor de la homosexualidad, ni que la fomentara. Simplemente no la juzgó. No entró en cuestiones de sexualidad, seguramente por considerarlas de índole privada.

Lo mismo hizo el día que una prostituta se echó a sus pies llorando y buscando el perdón. Le dijo: “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 7,50). No le dijo: “no peques más”, como le ordenó a la adúltera (Jn 8,11). Le otorgó el perdón sin meterse en su vida sexual, ni condicionarla a que cambiara de profesión. Quizás prudente ante la posibilidad de que aquella pobre mujer no tuviera otra forma de ganarse la vida. Muchas vivían en aquel tiempo en condiciones sociales deplorables, a veces impuestas por la sociedad, y Jesús no interfirió en lo que tal vez era su único medio de subsistencia.

Asimismo en el sermón de la montaña Jesús prohibió reírse de las minorías sexuales. Allí enseñó: “Todo el que diga a su hermano «raka» será condenado por el Sanedrín” (Mt 5,22). Las Biblias suelen traducir esa palabra por “insensato, necio”. Pero no parece ser ése el sentido. Jesús llama insensatos y necios a los fariseos (Mt 23,17), y es absurdo que después prohíba usar esa palabra. En realidad raka deriva del arameo “reqa”, que significa “suave, blando, tierno” (Gn 18,7; 29,17; 33,13), y aludía a las personas afeminadas. Lo que Jesús dijo, entonces, fue: “Todo el que le diga a su hermano «maricón» será condenado por el Sanedrín”.

Por el sol y por la lluvia

Resulta asombroso ver lo tolerante que fue Jesús con las personas y grupos marginados de su tiempo: pecadores, mujeres, cobradores de impuestos, samaritanos, prostitutas, locos, extranjeros, endemoniados, homosexuales. Hasta llegó a comer con ellos (Mc 2,15), lo que en su cultura era la forma suprema de unión con esa gente.

Su tolerancia llegó a escandalizar a muchos (Lc 15,1), porque esas personas estaban condenadas por la religión de su tiempo. Pero Jesús tenía en claro que, entre lo religioso y lo humano, sólo lo humano es intocable y fundamental. A veces por salvar los derechos de la religión hemos vulnerado los derechos humanos. Por defender un dogma hemos quemado al hereje. Por cuidar la moral hemos despreciado al homosexual. Por preservar una ética hemos apedreado a la adúltera.

Ciertamente la tolerancia entraña sus peligros, y puede hacer creer que todo vale y que todo está bien. Pero para Jesús más peligroso aún era humillar a una persona por motivos religiosos, ya que con ello se justifica un sectarismo que convierte la vida en opresiva, despótica e injusta. Y esto hace más daño que cualquier idea religiosa desviada.

Jesús enseñó que el Padre que está en los cielos no hace diferencias con sus hijos. Que “hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45). Todos necesitan el sol de nuestro amor, y precisan la lluvia de nuestro respeto. Y si queremos parecernos al Padre del cielo, como Jesús lo ordenó, debemos aceptar a quienes son diferentes, sin humillarlos ni querer cambiarlos. Y mucho menos en nombre de Dios.


JESÚS SANA AL AMANTE DEL CENTURIÓN

Xabier Pikaza
http://21rs.php/2006/05/25/jesus-sana-al-amante-del-centurion

En tiempos de Jesús, había en Palestina dos tipos de soldados oficiales (dejando a un lado a los posibles celotas o soldados-guerrilleros al servicio de la liberación judía).

Unos eran los del ejército romano propiamente dicho, que dependían del Procurador o Prefecto (Poncio Pilatos), que gobernaba de un modo directo sobre Judea y Samaría. Otros eran los del tetrarca-rey Herodes Antipas, que gobernaba bajo tutela romana en Galilea (y los de su hermano Felipe, tetrarca de Iturea y Traconítide, al otro lado de la frontera galilea).

El Prefecto romano contaba con unos tres mil soldados de infantería y algunos cientos de caballería, acuartelados básicamente en Cesarea, que solían provenir del entorno pagano de Palestina y funcionaban como ejército de ocupación. De todas formas, no era frecuente verlos en la calle o en los pueblos, ni siquiera en Jerusalén, donde gobernaba el Sumo Sacerdote y su consejo, con la ayuda de algunos miles de «siervos» o soldados de la guardia paramilitar del Templo. De todas formas, en los tiempos de crisis o en las fiestas, el Prefecto romano subía a Jerusalén y se instalaba en la Fortaleza Antonia, junto al templo, desde donde controlaba el conjunto de la ciudad.

Probablemente residía allí una pequeña cohorte destacamento militar, pero no se mezclaba en la vida civil y religiosa de la ciudad.

El Rey (=Tetrarca) Herodes Antipas gobernaba en Galilea, bajo control de Roma, pero con una gran autonomía. Tenía que proteger las fronteras y mantener el orden dentro de su territorio, pagando un tributo a Roma. Para ello tenía sus propios soldados, organizados como los de Roma.

En caso de necesidad, los soldados romanos tenían que ayudar a los de Herodes y los de Herodes ayudar a los romanos. Según eso, en Galilea no existía un «ejército de ocupación», ni tampoco un dominio directo de Roma, aunque muchos «nacionalistas galileos», partidarios de un estado israelita, consideraban a Herodes como a un usurpador y a sus soldados como ejército opresor. Por otra parte, es normal que los soldados de Herodes fueran también de origen pagano, como los de Poncio Pilatos, aunque podían ser también judíos.

Desde ese fondo han de entenderse algunos pasajes del evangelio que hablan de la relación de Jesús y de sus seguidores con soldados. El texto más significativo es aquel donde se dice a los creyentes que superen la actitud del «ojo por ojo y diente por diente», propia de los ejércitos del mundo, para añadir: «No resistáis al que es malo (al mal); por el contrario, si alguien te hiere en la mejilla derecha, ponle también la otra...; y al que te obligue a llevar la carga por una milla llévasela dos» (Mt 5, 39-40).

Estas últimas palabras se refieren al servicio obligatorio que las fuerzas del ejército (de Herodes o Pilatos) podían imponer sobre los súbditos judíos: obligarles a llevar cierto peso o cargamento a lo largo de una milla. Pues bien, en vez de pregonar la insurrección o la protesta violenta, Jesús pide a los oyentes que respondan de manera amistosa a la posible violencia de los soldados. Esta es su forma de (no) oponerse al mal, para vencer la perversión del mundo a través de un gesto bueno. Jesús no condena a los soldados imperiales: quiere enfrentarles ante el don del reino, enriquecerles con la gracia del Padre que es bueno para todos (cf. Mt 5, 45).

En este fondo se sitúa su relación con el centurión que tiene un amante enfermo y que pide a Jesús que le cure (Mt 8, 5-13 par.). La escena ha sido elaborada por la tradición en el contexto de apertura eclesial a los paganos, pero en su fondo hay un relato antiguo (transmitido al menos por el Q; cf. Lc 7, 1-10; Jn 4, 46b-54). Jesús no ha satanizado a los soldados, ni ha querido combatirlos con las armas, sino que ha descubierto en ellos un tipo de fe que no se expresa en la victoria militar, sino en la curación del amigo enfermo:
Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, que le rogaba diciendo: «Señor, mi amante (pais) está postrado en casa, paralítico, gravemente afligido». Jesús le dijo: «Yo iré y le curaré». Pero el centurión le dijo: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi siervo sanará, pues también yo soy hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a este "ve" y va y al otro "ven" y viene; y a mi siervo "haz esto", y lo hace».

Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes». Entonces Jesús dijo al centurión: «Vete, y que se haga según tu fe». Y su amante quedó sano en aquella misma hora (Mt 8, 5-12).

Este es un soldado con problemas. Es un profesional del orden y obediencia, en el plano civil y militar, un hombre acostumbrado a mandar y a ser obedecido. Es capaz de dirigir en la batalla a los soldados, decidiendo así sobre la vida y la muerte de los hombres. Pero, en otro nivel, es un muy vulnerable: padece mucho por la enfermedad de un siervo amante. Pero antes de seguir será preciso que nos detengamos y preguntemos sobre la identidad de este pais del centurión, que hemos traducido como «amante».

Esa palabra (pais) puede tener tres sentidos, siervo, hijo y amante (casi siempre joven), y puede resultar escandalosa. El texto paralelo de Jn 4, 46b evita el escándalo y pone huios (hijo), en vez de pais; pero con ello tiene que cambiar toda la escena, porque los soldados no solían vivir con la familia ni cuidar sus hijos hasta después de licenciarse; por eso, el centurión aparece aquí como un miembro de la corte real de Herodes (un basilikós). También Lc 7, 2 quiere eludir las complicaciones y presenta a ese pais como doulos, es decir, como un simple criado, al servicio de centurión; con eso ha resuelto un problema, pero ha creado otro: ¿es verosímil que un soldado quiera tanto a su criado?

Por eso preferimos mantener la traducción más obvia de pais dentro de su contexto militar.

En principio, el centurión podría ser judío, pues está al servicio de Herodes, en el puesto de frontera de su reino o tetrarquía (Cafarnaúm). Pero el conjunto del texto le presenta como un pagano que cree en el poder sanador de Jesús, sin necesidad de convertirse al judaísmo (o cristianismo). Pues bien, como era costumbre en los cuarteles (donde los soldados no podían convivir con una esposa, ni tener familia propia), este oficial tenía un criado-amante, presumiblemente más joven, que le servía de asistente y pareja sexual.

Este es el sentido más verosímil de la palabra pais de Mt 8,6 en el contexto militar. Ciertamente, en teoría, podría ser un hijo o también un simple criado (como suponen los paralelos de Juan y Lucas). Pero lo más sencillo y normal es que haya sido un amante homosexual, alguien a quien otros libros de la Biblia (quizá Rom 1, 24-27) habrían condenado.

Pero, gracias a Dios, como sabemos por el texto siguiente («¡cargó nuestras enfermedades...!»: Mt 6, 17), Jesús no era un moralista, sino un mesías capaz de comprender el amor y debilidad de los hombres (en el caso de que el amor homosexual lo fuera). Jesús sabe escuchar al soldado que le pide por su amante y se dispone a venir hasta su casa-cuartel (¡bajo su techo!), para compartir su dolor y ayudarle. Hubiera ido, pero el oficial no quiere que se arriesgue, pues ello podría causarle problemas: no estaba bien visto ir al cuartel de un ejército odiado para mediar entre dos homosexuales; por eso le suplica que no vaya: le basta con crea en su dolor y diga una palabra, pues él sabe lo que vale la palabra. Jesús respeta las razones del oficial, acepta su fe y le ofrece su palabra.

El resto de la historia ya se sabe: Jesús cura al siervo-amigo homosexual y presenta a su amigo-centurión como signo de fe y de salvación, sin decirles lo que deberán hacer mañana. Es evidente que no exige, ni quiere, que rompan su amor, sino que lo viven en fe y amor de Reino.


¿Por qué fracasan los feminismos religiosos?

Nazanin Armanian
www.publico.es/210315

Pasan algunas décadas desde que los planteamientos generales de un feminismo sin adjetivos, adaptados a las circunstancias concretas de cada país, mostraban su gran capacidad y eficacia en reclutar a millones de mujeres y algunos hombres deseosos del progreso, para acabar con los escándalos de discriminación que sufre la mitad de la humanidad por razón de género. Sus conquistas forman parte de la revolución silencioso-social más importante del siglo pasado.

Logros frágiles que desde finales del 1970 han sido duramente atacados por un agresivo y desenfrenado capitalismo que, en alianza con los fundamentalistas religiosos, ha llegado incluso a borrar del mapa a estados y pueblos enteros con el fin de ampliar sus propiedades y su maldito mercado.

En este desorientador marco es donde aparecen las nuevas “olas” del feminismo con nuevos retos y desafíos. Pero también el movimiento de los “feminismos” religiosos, que viste con disfraces modernos los demacrados conceptos con el fin de teorizar el estatus inferior de la mujer “por su destino bilógico”. Se confirma así la relación directa entre el sexismo, el racismo y el especismo, para que la diferencia sea sinónimo de la privación de derechos. Hijas de la derecha religiosa integrista, con los cambios que piden a sus jerarcas masculinos, consolidan el poder de sus padres y sus padrinos.

Los feminismos cristianos y judíos

Empecemos por diferenciar entre las “feministas religiosas” y las “religiosas feministas”. Unas son el principal componente del movimiento secular feminista global. Desde su espiritualidad e independencia de las instituciones religiosas abogan por los derechos de todas las mujeres en general. Las otras respaldan organizaciones y estados teocráticos. Y dentro de ellos reclaman un trato igualitario para “sí mismas”. Las cristianas católicas piden la ordenación para la mujer en la Iglesia, y las judías, dentro del Estado semiteocrático israelí, demandan al Gran Rabinato poder rezar libremente en el Muro de los Lamentos, o reconocer su igualdad con el hombre en la Ley de Familia.
Súplicas que, a pesar de ser inofensivas (aun alcanzando el máximo poder, ellas divulgarán el mismo plan de los textos sagrados para las mujeres), han sido rechazadas por sus jefes varones. Hasta el aperturista Papa Francisco, que con el fin de recuperar la influencia de la iglesia es capaz de cambiar de actitud hacia los divorciados y homosexuales (sin que se agriete la homofobia), considera también una tontería la ordenación de la mujer. ¿Mujer y poder? ¡Y mañana estas brujas pedirán la disolución de la familia tradicional, el pilar del patriarcado, del sistema de mercado y de la propiedad privada!

Fuera de la iglesia, las mujeres de la teología cristiana de liberación o de la interesante teología eco-feminista, construyen con sus manos una sociedad justa para todos y todas.

¿Y el Feminismo Islámico?

Existen dos diferencias esenciales entre el “feminismo islámico” (FI) y los antes mencionados: que sus precursoras lo consideran una doctrina válida para todos los tiempos, lugares y grupos humanos, y que no se centran en demandar cargos y oficios dentro de las instituciones religiosas. La razón se debe a las circunstancias concretas en las que nacieron:

Como corriente político-religiosa, el FI aparece en el Irán del principio los 1990 cuando el veterano movimiento feminista liderado por organizaciones de izquierda fue declarado prohibido por quienes pensaron que, eliminando a las portavoces de un grave problema social, éste desaparecería de forma automática. ¡Error! Poco después, las propias mujeres vinculadas con el poder –como Faeze Hashemi, hija del entonces presidente Rafsenyani- descubrieron la humillación legalizada en su propia piel, y que la Ley de Familia del 1960 les reconocía más derechos que la de 1990.

Indagaron en los textos sagrados en busca de algún versículo o cita de las autoridades islámicas de hace mil años para reinterpretarlos y presentarlos como alternativa a un apartheid que bajaba el estatus de la mujer del segundo sexo de la era de Pehlevi al subgénero actual. Pretendían así cambiar el pensamiento de los islamistas de extrema derecha que ostentan el poder para acusarles de herejía.

Pronto, estas activistas se dividieron en tres corrientes diferentes:

Las conservadoras. Las de “cásate y sé sumisa” y las de las que la mujer decente sólo existe en términos de madre y esposa, con deberes que están por encima de ser mujer y libre. Consideran que su naturaleza débil y emocional es incompatible con las tareas asignadas a los hombres, creados fuertes y racionales, y de allí su rol y la defensa de la separación entre los géneros en los centros educativos y laborales. Acusan a otros grupos feministas de ser transmisores de la corrupción moral y causante del aumento espectacular de divorcios y de violencia machista, sin dejar de pedir la restricción legal de la poligamia.

Las moderadas. Rechazan la Sharia por ser misógina y anticuada y sólo recurren al Corán para exigir cambios en la legislación, en la política de paridad en los puestos de mando del país, en que el pañuelo sustituya al hijab obligatorio, en que aumente la edad nupcial de las niñas que fue reducida de 20 años en 1978 a 13 actuales, o que la violencia contra la mujer sea delito.

Sin embargo, sus interpretaciones fueron desautorizadas por los y las fundamentalistas, con contundentes versículos del Corán en la mano. Así les recordaban que, por ejemplo, Dios sólo ha enviado profetas de sexo masculino y sólo a ellos les ha hecho revelaciones (Corán, 21:7) o que “los hombres tienen la autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios ha dado a unos sobre otros (4:34), o que si no les obedecen, ellos tienen derecho a “corregirlas” con la venia del Creador, o que para denunciar una violación se requiere el testimonio cuatro hombres que la hayan presenciado. Ante la imposibilidad de introducir cambios en el sistema, la mayoría de sus promotoras, como Shirin Ebadi, la premio Nobel de la Paz, han pasado al tercer grupo.

Las “radicales”. Reclaman la separación entre la religión y el poder, y la voluntariedad del velo, ya que no es uno de los cinco pilares del Islam. En su evolución, no sólo han entablado contacto con sus compatriotas exiliadas, sino que empiezan a apreciar los logros de las feministas europeas, dejando de llamarles “corruptas e antimorales”.

Razones del ocaso del FI

Sus propuestas pertenecían a los pueblos semitas y de un pasado lejano: pedían literalmente que la Ley de Talión, extraída del código Hammurabi, del siglo XVIII a.C., respete la igualdad de la mujer: que el valor de un “ojo” del hombre no sea equivalente a dos ojos de mujer o que en la lapidación, ella también sea enterrada hasta la cintura como el hombre que no hasta los pechos, para poder disfrutar de la enmienda que indulta al condenado que consiga liberarse por sus propios medios. ¿Liberarse ella con las manos atadas y enterradas? ¡Aterrador el castigo y mezquina la propuesta de reforma, teniendo en cuenta que los iraníes del siglo XX desconocían este castigo, por lo que podían exigir directamente la abolición de la pena de muerte.

Ignoraron la pluralidad de la población femenina, excluyendo a millones de mujeres iraníes y del mundo, que no fuesen practicantes de su credo. Apoyaban la teocracia, que no el sistema del gobierno por y para el pueblo. Que pidiesen los mismos derechos que el hombre en unos sistemas dirigidos por una élite (como en Arabia Saudi) donde los derechos de los varones como ciudadanos tampoco son respetados tiene poca gracia.

El enfoque anticientífico de su doctrina creacionista justifica la razón de la existencia de la mujer al servicio de la “quietud del hombre” (Corán, 30:21) o “para que Adán no esté solo” (Génesis II: 18 y 22). Principio para justificar la supeditación sagrada de ella a él.

Sus tesis no eran debatibles por irracionales en unos momentos que el feminismo discute la teoría de Judith Butler de que hasta el sexo y la sexualidad pueden ser construcciones sociales que no naturales. Aun hoy, ellas se oponen a que una niña, a partir de los 7-8 años haga lo mismo que los niños de su edad: bailar, cantar, soltar una carcajada, hacer el tonto, etc. impidiendo que teja su identidad; le fuerzan para que empiece a vigilar su sexualidad, centrada además en su virginidad, su principal tesoro. Su cuerpo, al igual que su alma, dejará de cobijar sus propias ilusiones y deseos para ser rellenado con los deseos de sus vigilantes. Esta lucha contra su cuerpo, para que desde esta sutil alienación guste a otros, le perseguirá toda su vida, como la culminación de una sumisión glorificada de los dominados.

Al no dar la importancia la velo (por “no ser problema de la mujer”), ocultaron la profunda relación simbólica que existe entre el poder y la vestimenta ¿Quién lleva los pantalones en tu casa, en tu país? es una pregunta sabia y reveladora.

No criticaron las religiones como sistemas totalitarios que no deja ningún espacio a la libertad de la persona, ni siquiera del pensamiento; guardaron el silencio ante ideas que consideran a la mujer botín de la guerra (en una zona azotada por conflictos bélicos), mantienen el concepto de “esclavo” y también “esclava sexual” (concubina) a quienes se puede vender y comprar.

No tratan los derechos de las personas a la sexualidad libre, ni por ende, se posicionan frente al asesinato de mujeres y hombres por tener relaciones homosexuales o fuera del matrimonio.

Portavoces de las clases media y alta, nunca trataron con la pobreza y la exclusión económica de decenas de millones de mujeres en los países musulmanes. ¿Repartir limosna es lo mismo que la justicia social? La “feminización de la pobreza” significa que el 75% de los 1.300 millones de personas del mundo que viven bajo la umbral de la pobreza sean mujeres, y eso no se debe a una nefasta distribución de los recursos, sino a la propiedad privada sobre las principales fuentes de producción: solo el 1% de las mujeres de África es propietaria de la tierra, y mientras producen el 80% de los alimentos, sufren hambre.

Las FI ni siquiera han tratado la “feminización de las víctimas de las guerras (70%), ni la militarización de la prostitución, ni han promovido un movimiento por la paz.

¿Y las mujeres prostituidas? Ni consejos morales ni una pensión acaba con la raíz del problema que es la cosificación de la mujer en un mercado donde ella es un objeto sexual. ¿Qué se tape bien para dejar de serlo? El velo lo único que transmite a un hombre es justo esta función: ve una mujer, como proveedora de confort sexual y de hijos, y ve su velo, señal de su pudor: su acceso a ella será exclusivo, le será fiel, y eso es todo lo que quiere: sexo, vástagos y seguridad.

Este conjunto de hechos e ideologías son causantes de que en los países del área islámica, solo el 17% de las mujeres reciban un sueldo (mísero) para los trabajos que realizan. Privar a la sociedad de su aportación es el principal motivo del subdesarrollo de la mayoría de dichos Estados, muy por encima del colonialismo destructor.

El movimiento horizontal de la mujer

Aun así, en Irán las líderes del FI fueron detenidas, dejando el paso a una insólita experiencia: el movimiento horizontal y espontáneo de millones de mujeres que empezaron por resistir a las molestos controles del velo por los antidisturbios del “moral”, por “quejarse en público” en pequeños grupos de mujeres mayores (más inmunes a ser arrestadas),y desde un “sororidad” automática, no solo han conseguido alguna libertad en cuanto a la vestimenta, sino fundar decenas de ONGes – en defensa de los derechos de infancia, de los ancianos, por “el ecofeminismo” o los derechos de los animales, etc., llegando a conseguir la inclusión de estudios de género en algunas universidades, o recuperar parte de la Ley de familia de la década de los 1970, o la celebración del marzo, después de 30 años de prohibición.

Hoy, y en este Irán, donde una de cada tres mujeres entre 27 y 34 años vive sola y sin hijos -¡provocando una crisis poblacional!-, y que los divorcios ya superan las bodas, las FI no tienen nada que hacer: 12 directoras del cine de nivel internacional, 46 editoras que han publicado unos 700 títulos de libros firmadas por mujeres, escritoras o traductoras, mujeres alpinistas que conquistan picos del mundo, etc.

Pero el fin del FI en la tierra donde nació no ha impedido que en occidente lo presenten como panacea de la liberación de la mujer del “Tercer Mundo” musulmán, al tiempo que sus gobiernos respaldan a los fundamentalistas como Hermanos Musulmanes, gastando un ingente dinero en celebrar seminarios y conferencias para mantener la religión en la escena y expulsar el laicismo: recuerden que ninguna religión del mundo es post-patriarcal.


El Papa no puede revolucionar la situación de la mujer en la iglesia

Ivone Gebara
www.adital.com.br/130315

Adital: Observamos pronunciamientos del Papa Francisco en apoyo a una mayor participación de la mujer en la vida sacerdotal, aunque sepamos que en muchos casos su voluntad choca con el conservadurismo de la Curia Romana. ¿Podemos esperar algún cambio concreto en ese sentido para su papado?

Ivone Gebara: Creo que antes de hablar de los pronunciamientos del Papa Francisco sobre las mujeres, es preciso recordar tres puntos para que tengamos un poco más de claridad sobre la situación actual de la Iglesia Católica Romana. El primero de ellos tiene el objetivo de recordar que la función de las leyes eclesiásticas y de los dogmas es también ejercer una cierta contención en la vida de los fieles. Se determina qué debe ser objeto de creencia para evitar la multiplicidad de interpretaciones y conflictos, que fragmentaron y fragmentan la comunidad de fieles.

Sin embargo, no se puede olvidar que las leyes, dogmas e interpretaciones nacen en contextos históricos determinados. Éstos son mutables y nunca deberían ser establecidos como normas absolutas o como voluntad divina, como ha ocurrido. Surge de ahí el segundo punto, que se refiere al hecho de que se legitiman esas nuevas leyes y creencias como voluntad de Dios o de Jesucristo. Esas voluntades, según muchos, son inmutables. Se establece así un argumento de autoridad pronunciado o promulgado por el magisterio de la Iglesia.

Y el último punto que puede observarse claramente es que ese magisterio es masculino y, en general, anciano y celibatario. Las mujeres no participan directamente de él como si por orden divina debieran ser excluidas. Esta estructura e interpretación patriarcal, considerada sagrada, dificulta los cambios más significativos en la actual cultura eclesiástica transmitida al pueblo. A partir de ahí, se puede situar la cuestión en relación con las mujeres.

El Papa Francisco tiene buena voluntad, procura entender algunas reivindicaciones de las mujeres, pero, viviendo dentro de una tradición sagrada masculina, no tiene condiciones para dar pasos revolucionarios para promover de hecho la innovación necesaria para el mundo de hoy. Él es fruto de su tiempo, de su formación clerical y de los límites que la engloban. Me atrevo a decir que es la comunidad cristiana y, en este caso, la católica romana, esparcida por tantos lugares, la que debería ir exigiendo de sus líderes cambios de comportamiento a partir de sus vivencias. Comenzar por abajo, aunque los de arriba también pueden ayudar, en la medida en que sean más sensibles y receptivos a las señales de cada tiempo y de cada espacio, es un camino para ajustarnos a las necesidades actuales de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo.

Adital: En su nuevo libro “Evangelio e Institución”, el monje Marcelo Barros afirma que la Iglesia Católica debería retornar a sus orígenes (primeros siglos), cuando las mujeres ejercían un papel más activo en la Iglesia. En su opinión, ¿cómo debería ser esa reinserción?

Ivone Gebara: Pienso que la idea de ”retorno”, en este caso, retorno a los orígenes cristianos, debe ser revisada, pues muchas veces podemos caer en anacronismos, incluso involuntarios. La referencia a los orígenes es una especie de nostalgia de algo bueno que se gustaría tener. Es una esperanza en forma de discurso sobre los orígenes.

En general, pensamos que el antes, el pasado, los orígenes, son siempre más coherentes y verdaderos. La vuelta al útero materno, por ejemplo, es una aspiración de pretendida paz del deseo humano, como si ’en aquel tiempo’ todo hubiera estado bien. En realidad, en los orígenes, podemos encontrar muchas cosas, inclusive aberraciones e inadecuaciones para nuestro tiempo. Cada tiempo es un tiempo y tiene sus grandezas y sus miserias.

El tiempo “que se llama hoy” es nuestro tiempo real y en él debemos buscar nuevas formas de convivencia, teniendo conciencia de que éste es, como otros, un tiempo limitado. No se trata, por lo tanto, de una reinserción de las mujeres en la Iglesia, como si las mujeres tuvieran que insertarse en un lugar que no es el suyo. Además, el lenguaje eclesiástico y el lenguaje de muchos de nosotros evidencia la dificultad de reconocer a la Iglesia como una comunidad de hermanas y hermanos que viven una diversidad de situaciones. A veces tengo la impresión de que el término Iglesia significa para muchos, prioritariamente, la jerarquía, las funciones de poder y la autoridad.

El Papa Francisco ya defendió una mayor participación femenina en la Iglesia, pero descartó el permiso de las mujeres para ejercer el sacerdocio.

Es preciso afirmar que lo que está ocurriendo hoy tiene que ver con un movimiento cultural y social mundial, que viene mostrando un protagonismo y un papel femenino diferente de aquel que conocíamos hasta pocos años atrás. Ser sólo madre o hija o esposa u ocuparse de las cosas domésticas ya no corresponde a la realidad actual de las mujeres. Las identidades femeninas están pasando por una mutación muy grande.

Otro aspecto importante es el de percibir los límites de la pregunta sobre en qué Iglesia nosotras mujeres queremos insertarnos o reinsertarnos. Da hasta la impresión de que la Iglesia es una realidad fuera de nosotros. Por eso, muchos afirman que “nosotros somos Iglesia” y quieren vivir en la práctica esta afirmación. ¿Sería sólo retórica? En mi opinión, sí y no.

Sí, en la medida en que el discurso de muchos no corresponde a los comportamientos que se viven cotidianamente de las relaciones humanas. No, en la medida en que se percibe el compromiso de muchos en buscar caminos de mayor participación e igualdad en las relaciones de la comunidad eclesial. La cuestión de la igualdad entre los seres humanos es insoluble.

Hablar de igualdad significa buscar, en cada nuevo contexto y en cada nuevo momento de la historia, sanar el egoísmo visceral que nos lleva a preferir siempre nuestros intereses en detrimento de los demás. Creamos la esclavitud de todos los tipos, establecemos colores y etnias superiores unas a otras, sexos superiores a otros, orientaciones sexuales más normales que otras. Y quien está del lado del poder y de la normalidad no duda en mantener relaciones excluyentes y culpabilizar a “los diferentes” por muchos males del mundo. No existe una pre definición de igualdad.

Lo que nosotras, pensadoras feministas, hacemos es alertar a las personas para no establecer modelos teóricos e idealistas y mostrarlos como metas absolutas a ser alcanzadas. Esto no funciona. Lo que parece que ha surtido algún efecto es colocarnos en estado de educación continúa, una educación que despierte en nosotros el valor de cada ser, sin la tentación de querer justificar a partir de visiones jerárquicas pre establecidas.
El Papa Francisco ya defendió una mayor participación femenina en la Iglesia, pero descartó el permiso de las mujeres para ejercer el sacerdocio.

Adital: ¿Qué es la Teología Feminista? ¿Cómo esa corriente de pensamiento entiende el mundo actual? ¿Cuáles son los desafíos en este comienzo de siglo XXI?

Ivone Gebara: El gran esfuerzo de la mayoría de las teologías feministas ha sido el de denunciar el absolutismo de las interpretaciones bíblicas y teológicas del pasado, aún vigentes en la mayoría de las Iglesias. Interpretaciones absolutistas son aquellas que usan a Dios y a las Escrituras para justificar su ideología de mantenimiento de poderes y privilegios religiosos, muchas veces disfrazados con capas de santidad y solidaridad. Esos poderes son ejercidos en nombre de Dios y son controladores de los cuerpos femeninos, tanto a nivel individual como cultural y social.

El control religioso de los cuerpos se da, en primer lugar, en el interior de la dimensión simbólica de la vida simbólica, o sea, en la estructura subjetiva, en la que valores y culpas se entrelazan y convierten a la persona en cautiva de un imaginario impuesto de afuera hacia dentro. Jugar con la voluntad de Dios para manipular cuerpos queriendo mantener un orden imaginario denominado divino es impedir el derecho al pensamiento y a la libertad.

Afirmar a Dios como masculino, afirmar que existe una voluntad poderosa pre-existente, justificar el sacerdocio masculino a partir del sexo de Jesús, valorizar el cuerpo masculino como el único capaz de representar el cuerpo de Dios son afirmaciones teológicas aún vigentes que tocan, en forma especial, los cuerpos femeninos. Estas afirmaciones son, muchas veces, productoras de violencia, de exclusión y del cultivo de relaciones de sumisión ingenua a la autoridad religiosa.

Lamentablemente, en este comienzo de siglo, el espacio dado a las teologías feministas está muy restringido. Su acceso a los centros de formación teológica oficial en América Latina es bastante limitado. Por eso, está ocurriendo una migración significativa de los lugares de producción teológica hacia afuera de las instituciones oficiales, ya que las formas de control eclesiástico parecen desconocer los avances vividos por las mujeres a nivel nacional y mundial.

Adital: El mundo todavía convive con los femenicidios (muchos de los cuales terminan impunes), mutilaciones genitales, poca participación femenina en la política... ¿Cuáles son los principales obstáculos para la plena dignidad femenina en la actualidad?

Ivone Gebara: La producción de la violencia cultural y social contra grupos considerados inferiores por las razones más diversas es una constante en las culturas humanas. La afirmación de la superioridad de unos en relación con los otros, las jerarquías de raza, género, cultura, de saberes y poderes son parte de la historia humana. Las mujeres fueron y son, en muchas culturas, consideradas seres subalternos, dependientes, objetos de la voluntad masculina, aunque actualmente los discursos oficiales de los Estados y de las religiones hablen de igualdad en la diferencia.

Muchos adeptos a los discursos igualitarios son capaces de denunciar, por ejemplo, la mutilación genital, sin duda una aberración y un delito, pero no son capaces de darse cuenta de la producción de violencia contra los cuerpos femeninos en los discursos de bondad difundidos por las diferentes expresiones del Cristianismo. Denuncian los asesinatos de mujeres, la violencia física directa, los femenicidios, pero no perciben que la reproducción de violencia contra las mujeres está todavía muy presente en los procesos educacionales.

La marca jerárquica excluyente, presente en nuestras relaciones, sin duda necesaria para la continuidad de la actual forma de capitalismo, mantiene socialmente esa violencia. Necesita de ella y de otras para continuar fabricando nuevas formas de privilegio y exclusión social. Las mujeres a pesar de las muchas conquistas de los últimos años todavía son, en el imaginario de la cultura capitalista económica y social, buenos chivos o cabras expiatorias para ser acusadas de incompetencia en los asuntos públicos. Esa cultura excluyente, presente en las instituciones sociales y culturales es, sin duda, un obstáculo para que hombres y mujeres construyan nuevas relaciones y reconozcan sus diferentes dones y saberes.

Adital: Algunos movimientos feministas, para obtener espacio, utilizan como estrategia producir un shock en la sociedad, exponiendo el cuerpo desnudo, autodenominarse “putas”... ¿Cómo entiende usted esa forma de protesta? ¿Es válida, válida con salvedades o colabora negativamente al movimiento feminista?

Ivone Gebara: Hay una ingenuidad en los analistas de los movimientos sociales en la medida en que pretenden limitar las protestas y reivindicaciones a sus propias concepciones de decencia, de lo permitido y de lo prohibido. Es claro que nos chocamos con el quebrantamiento de los grupos en las manifestaciones de calle y reclamamos cuando eso entorpece nuestra vida cotidiana. Es claro que el diálogo sobre las reivindicaciones sería el mejor camino.

Pero no siempre el sistema capitalista reconoce el mejor camino, y él mismo incita a la violencia sin control, aquella que deja salir lo peor de nosotros contra los demás, aquella que es capaz de bombardear campos de arroz y destruir obras de arte milenarias, aquella que me lleva a robar a mi mejor amigo y mandar a matar a aquel que entorpece mis planes políticos. Muchas formas radicales de protesta de las mujeres nos chocan porque no estamos habituados a un comportamiento público de las mujeres, sobre todo cuando exponen el cuerpo desnudo como forma de protesta.

El cuerpo desnudo de las mujeres continúa siendo expuesto para vender mercaderías masculinas, para excitar deseos, pero ese desnudo es soportable por la mayoría. Ese desnudo aprobado por el mercado da dinero y favorece emprendimientos económicos, puede ser como máximo criticado por algunos religiosos puristas. Sin embargo, ¿quién se preguntó por qué ese grupo de mujeres se autodenominó “putas”? ¿Cuál es su historia? ¿Qué reclaman con su irreverencia? Google puede hasta dar una respuesta breve a esas pertinentes preguntas. Esas formas de protesta, pienso, no afligen al movimiento feminista mundial, ya que éste es plural y tiene formas variadas de expresión.

Adital: Durante las últimas elecciones brasileras, algunos analistas políticos afirmaron que una de las razones enfrentadas por Dilma Rousseff para su reelección se debió al hecho de que es mujer. La afirmación suena un poco extraña, vista la presencia de mujeres en la Presidencia de países como Argentina, Chile, Alemania... En su opinión, ¿esa afirmación tiene sentido? Nosotros, los brasileros, ¿todavía somos un país machista?

Ivone Gebara: Creo que, en la mayoría de los países del mundo, inclusive las figuras femeninas tradicionales fuertes como Margaret Thatcher e Indira Gandhi vivieron los límites del poder impuestos por la condición femenina. De hecho, hay un cierto susto de tener a una mujer en el tope del poder de una nación. Recluidas en los límites de la vida privada para el ascenso público el recorrido es grande por demás. Tal vez el título de reina sea hasta más soportable porque está involucrado con todos los aspectos fantasiosos del pasado y de la actual disminución real de ese poder. En ese sentido, es casi espontáneo atribuirle al gobierno de una mujer deficiencias, flaquezas y otras cosas por el estilo.

Dilma Rousseff enfrenta, como otras mujeres, las dificultades de estar en el tope político de la nación. Sin embargo, lo que la mayoría de las personas no ve es que la política de un país no depende sólo de la o del presidente, sino que depende igualmente de las fuerzas económicas y políticas en juego, así como de la participación de los ciudadanos. Combinar políticas y prebendas, intereses corporativos y bien común, partidos de intereses sectarios con la administración de un país de proporciones continentales es un difícil juego de ajedrez.

De hecho, el machismo persiste en Brasil, pero la falta de carácter y de visión del bien común es una enfermedad mucho más difundida y peligrosa. Asola a políticos y empresarios, contagia a la clase media y a las clases populares, se instala en las instituciones sociales y en las iglesias como plaga a ser combatida diariamente.

Adital: A fin del año pasado, asistimos a la infeliz declaración de un parlamentario brasilero, que afirmó que “no estupraría” a una colega parlamentaria sólo “porque así no lo quería”. ¿Cómo analiza usted este y otros casos parecidos?

Ivone Gebara: La falta de carácter y de visión del bien común convierte a hombres y mujeres en ciegos a cualquier visión humanista de respeto a todo ser humano en la igualdad y en la diferencia de unos en relación con otros.

El parlamentario brasilero que usó ésa y otras expresiones durante sesiones de la Cámara se mantiene en el poder porque la cultura política brasilera lo permite. Él es útil al ’vale todo’, que se puede ver en las acciones y discursos de los políticos. La falta de decoro parlamentario es moneda de intercambio de privilegios políticos y satisface a aquellos que buscan la justicia y la injusticia por sus propias manos. En esa situación, las mujeres no están exentas de esos pecados, aunque los cometan con menor intensidad pública. Somos todas y todos esa mezcla contradictoria y paradójica y es dentro de ella que podemos encontrar caminos que hagan la vida ciudadana algo más respetado.


domingo, 15 de marzo de 2015

Entre errores y aciertos, hacia la igualdad

Publicado el domingo 8 de marzo de 2015 - 12:00 a.m. en La Estrella de Panamá
Ana María Pinilla V.
El pasado jueves 5 de marzo se condenó a un ex-magistrado de la Corte Suprema de Justicia a cinco años de prisión efectiva. Y las jueces que estuvieron frente a él para juzgarlo y tomar la decisión fueron tres mujeres. El detalle no es menor, tomando en cuenta la corta vida republicana que tenemos y que aún en Panamá las mujeres deben transitar un camino complejo para poder cumplir sus sueños personales y sociales.
Tanto Ana Matilde Gómez, como Kathleen Levy y Zulay Rodríguez fueron quienes tomaron la batuta de la justicia para sentar un precedente de respeto al erario público.
Pero, ¿a cuánto estamos de la igualdad real?
Para la investigadora social, Lilian González Guevara de la Fundación Friedrich Ebert en Panamá, la clave está en realizar un análisis a nivel cultural para determinar por qué son las reproducciones familiares del sistema las que sostienen conceptos equívocos.
‘Estamos en el futuro, supuestamente esta sería una época de total avance y prosperidad, más es un país como Panamá que se apunta como las primeras economías de la región, estamos en una posición crítica, en déficit para alcanzar aquella igualdad entre hombres y mujeres. Si bien existe una precariedad laboral y social, para ambos géneros, pero si ponemos la lupa la situación de la mujer es más grave’, enfatiza González Guevara.
Y lo explica con un concepto que algunos prefieren evadir: la cuestión de clase. ‘Las diferencias se acentúan según las clases sociales. Si bien las mujeres de un nivel socio-económico más alto también padecen esta disparidad y discriminación de manera simbólica; son las mujeres de clase baja las que se ven más afectadas, en el sentido económico, laboral y político’.
Los datos no mienten, según el Instituto Nacional de Estadística de la Contraloría de Panamá, solo el 49% de las mujeres no están desocupadas. En contraste hay un 80% de la población masculina que está ocupado.
Para la investigadora existe una desigualdad verificable y debe ser un dato presente tanto para las autoridades pública y privadas, como para los movimientos sociales en Panamá.
Existen un 24% de mujeres a nivel urbano que no cuenta con ingresos propios. Esta situación de vulnerabilidad, es caldo de cultivo para diferentes formas de discriminación y violencia. Más allá de ayudas sociales, en la mayoría de los casos es la mujer la responsable del hogar.
En cambio, a nivel masculino existe un 5% de hombres sin ingresos propios. ‘La autonomía material, también incide sobre la autonomía de tu cuerpo, sobre el tema de reproducción y capacidad de movilidad. Y así se crea una dependencia tanto de los hombres, como del estado mismo’, explica la socióloga.
Por otro lado, desde su experiencia política y con temple para convivir en ambientes dominados por el sexo masculino, la ingeniera Balbina Herrera hace su aporte con respecto a la situación que viven las féminas en Panamá.
‘Antes era lucha por el voto, durante los años 20 y 70 existieron muchas organizaciones que trabajaban en conjunto con el estado para lograr el alcance de oportunidades entre hombres y mujeres. Hoy a esa búsqueda de oportunidades se les suman otras batallas: en contra de la violencia física, de género y la violencia estatal hacia las mujeres. Es cierto que las mujeres hemos llegados a altos estratos políticos, pero esto no quiere decir que esté todo hecho, sino que hay que avanzar y trabajar en los errores y aciertos: Es necesario que hayan más mujeres dentro de la vida política, ocupando puestos públicos de peso’, detalló Herrera, quien fue presidenta de la asamblea Legislativa, Alcaldesa del distrito de San Miguelito y candidata presidencial.
Y convencida, afirma, ‘las madres deben trabajar en la autoestima de las niñas y hacerles creer que ellas son importantes, hacerlas conscientes de que valen por ser mujeres y por lo que son internamente’.
Como mujer, la dirigente del Partido Revolucionario Democrático sostuvo varios altercados en los que fue criticada por hacerse respetar. ‘Es que si bien ese debería ser el espacio más democrático del país, también es el más machista’, apuntó.
En relación a esto González Guevara expresa: ‘vivimos en un país manejado por lo masculino. Este es un país gobernado por un 90% de hombres’.
Es muy complicado que el sistema político haga un relanzamiento de las relaciones de poder de hombres y mujeres, con la poca representación política que hay de mujeres dentro de los organismos estatales.
Para ambas mujeres la vida familiar, de la política y la laboral van de la mano; todo está relacionado. Es en el hogar donde se hacen las primeras divisiones del trabajo de forma sexista, reproduciendo un patriarcado que muchas veces es sostenido por mujeres que crían a sus hijos solas.
Las barreras hacia la igualdad están resquebrajadas pero no derribadas. ‘El juego es algo simbólico pero fundamental. En nuestros hogares al darle de regalo un camión a un niño y una licuadora o juego de té a una niña le estás ofreciendo simbólicamente salida a la vida pública al hombre y reservándole un lugar doméstico a la mujer. Este solo es un ejemplo, pero existen miles de hábitos machistas que reproducimos y que sostienen un sistema desigual; acorde con las leyes del mercado’, explica Lilian González Guevara.
Existe una resistencia cultural para romper con estereotipos.
LA LUCHA CONTRA EL MERCADO
La situación no es ajena en las zonas rurales, salvo que las mujeres del interior son menos permeables al bombardeo de publicidad que crea estereotipos físicos hacia la mujer. Y que establece patrones de belleza distantes de la región y relacionando este estereotipo con la libertad.
Raisa Banfield, quien forma parte del equipo del alcalde José Isabel Blandón da su opinión acerca de ese difícil camino hacia la equidad. ‘Se han hecho esfuerzos y existe mayor respeto entre hombres y mujeres; sin embargo aún queda un espacio vacío. Hace falta aterrizarlo más en la práctica, primero las mujeres en el respeto a nosotras mismas y al hombre; que en fin de cuenta es respeto a la dignidad humana’, explica Raisa Banfield.
Para Banfield es fundamental que la mujer se prepare, sobre todo por los niños y niñas que están creciendo para rescartarlos de sistema sociales nada equitativos. Y reafirma, ‘no se le puede exigir a un niño que sea abierto, si nosotros mismos los hemos criado dentro de patrones obsoletos’.
Su paso del activismo al trabajo estatal es gratificante. Sin embargo advierte que ‘aquí te das cuenta de que cuesta construir lo que uno exige como sociedad. Aquí se fusionan los talentos de género, esto es necesario en la gestión pública’.
Basándose en su experiencia como mujer profesional y madre, explica que las tareas cotidianas van construyendo un ser humano integral, tanto en hombres como en mujeres.
Y termina, ‘hay que hacerle entender esto a los chicos, repartiendo funciones en el hogar independientemente del género y respetando las cualidades de cada quien’.
Que este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer sirva para preguntarnos que hacemos como mujeres y hombres, para hacer esta sociedad más justa y sin femicidios, encaminados hacia la libertad económica, física y social. 

martes, 24 de febrero de 2015

CARTA ABIERTA A LOS DETRACTORES DE LA LEY DE HOSTIGAMIENTO

He quedado sumamente sorprendida por la redacción de la noticia aparecida en La Prensa del 22 de febrero de 2015, titulada “Proponen despidos y multas por lanzar piropos” con referencia a la ley de hostigamiento presentada por la Honorable Diputada Ana Matilde Gómez.  Quiero que sepan que la ley no es un invento ni una idea “descabellada” de la diputada Gómez, sino un anhelo de la sociedad civil y las organizaciones de mujeres organizadas de Panamá desde hace tiempo, para que nuestro país se ponga a tono con nuestra Constitución y con el Derecho Internacional y los compromisos adquiridos al ratificar varios convenios de Derechos Humanos.

Un periodista de experiencia debe saber que el deber de los medios de comunicación es informar y no desinformar, sobre todo cuando se trata de una ley que involucra el Derecho Humano a vivir una vida libre de violencia, el Derecho más importante después del Derecho a la Vida.

La redacción de esta noticia me indica sin lugar a dudas que no se han tomado la molestia de leer la propuesta de ley, porque estoy segura de que si lo hubieran hecho, no la hubieran trivializado de esa forma ni la hubieran denominado “la ley del piropo”.  Ojalá su lectura los convierta en defensores de la misma y los inspire a redactar una noticia a su favor.

Lo más importante y novedoso (para Panamá) de esta ley no tiene nada que ver con los piropos, sino que sensibiliza y pone al descubierto el hostigamiento de niños, niñas y adolescentes de ambos sexos en las escuelas.  La ley protege y capacita en contra de esta y otras formas de violencia contra ambos sexos.  No se trata de mujeres, sino de personas.  El famoso bullying, como se le llama en inglés, consiste en amenazas, intimidación, humillaciones, burlas, maltrato físico y discriminación de uno o un grupo de estudiantes contra un estudiante discapacitado, obeso, perteneciente a una minoría o simplemente por capricho, que en algunos casos extremos lo puede llevar hasta el suicidio o el abandono escolar.  Como mínimo, le causa traumas psicológicos que afectan sus notas.  Debe ser deber de los docentes identificar esta conducta y sancionarla, porque crea un entorno intimidatorio que impide el desarrollo del niño o la niña y crea un ambiente hostil dentro del centro educativo.  Estoy segura que nadie quiere que esto le suceda a un hijo o hija; sin embargo, esta conducta es más común de lo que se cree y muchas veces los padres no nos enteramos de lo que está sucediendo porque al estudiante se le amenaza para que guarde silencio o se avergüenza de divulgarlo.  Este mismo hostigamiento o acoso moral también sucede en los sitios de trabajo y consiste en la explotación, la negativa a darle a la víctima las mismas oportunidades de empleo, no aplicar los mismos criterios de selección, descalificación del trabajo realizado, etc., y es sufrido por más personas de lo que uno se imagina.

Lo que no se nombra sólo existe a medias.  El acoso sexual, mientras no se identificó como tal a nivel internacional, no se convirtió en un delito tipificado en nuestro Código Penal.  A la violencia doméstica y al femicidio no se les había dado nombre – ahora lo tienen y son sancionados con prisión.  Esta ley le ha dado nombre al hostigamiento educativo y laboral (no sexual) y lo sanciona como una falta.  No es una ley penal; no sanciona ninguna de estas conductas con pena de prisión.  Pero las nombra, las identifica y obliga a capacitar y sensibilizar, en un esfuerzo por cambiar el paradigma mental de la sociedad en este sentido.

La ley también aborda el favoritismo en el ámbito educativo y laboral, donde las víctimas no reciben el reconocimiento debido porque el profesor o superior jerárquico tiene favoritismo hacia una persona; así como el acecho, que puede llegar a un femicidio y que como mínimo daña la tranquilidad de las personas, de ambos sexos.  La ley manda a capacitar en los sitios de trabajo y en las escuelas contra el racismo y el sexismo, también definidos en la ley, que son una manifestación de violencia contra personas de razas que equivocadamente se consideran inferiores y contra personas de uno u otro sexo.

Como se puede ver, la ley no menciona el piropo por ningún lado, por lo que esta ley no merece llamarse la ley del piropo.  El acoso callejero consiste en tocarle los glúteos, senos o partes íntimas a las mujeres en los medios de transporte o en aglomeraciones.  Estoy segura de que a ningún hombre le gustaría que le hicieran eso a su novia o esposa.  A esta conducta debe dársele un nombre, para que exista y la sociedad esté consciente de que es una forma de violencia, no una cosa que tiene que ser soportada por las mujeres.  Otra forma de acoso callejero, que no tiene ni remotamente nada que ver con un piropo, consiste en los gritos, vulgaridades y groserías que tenemos muchas veces que soportar las mujeres cuando pasamos por un grupo de hombres, sean obreros de una construcción o simplemente parados en una esquina.  Estoy consciente de que esta conducta es la más difícil de probar y de sancionar, pero si hay tocamientos en un bus, la mujer debe sentirse con derecho a decírselo al conductor para que lo baje del bus, o si hay un policía cerca, pedirle que le llame la atención; si es un grupo de obreros, se puede acudir al capataz; si es algo recurrente en un sitio en particular, se puede acudir al corregidor.  Pero hay que nombrarlo, para que exista.

En cuanto al acoso sexual, ya existe como un delito, como he mencionado.  La ley en comento lo que hace es que obliga a capacitar, asesorar y orientar a las víctimas y establecer políticas internas adecuadas para presentar quejas e investigar debidamente este delito, para que su tipificación no sea letra muerta.

¿Cómo se aborda este tema en otros países?  En Panamá estamos atrasados ya.  Leyes similares existen en Argentina, Chile, Puerto Rico, Perú, y cinco estados de México:  Puebla, Veracruz, Tamaulipas, Nayarit y Distrito Federal.  En Chile incluso hay un Observatorio Contra el Acoso Callejero, que ayuda a visibilizarlo y a aprender de las experiencias de otros.  Consideran las chilenas que “los asuntos de género no son sólo de un género” y que en la calle hay que mantenerse siempre alerta, y “preparar tu reacción para un próximo ataque”.  En México sólo en 2012 hubo 5,190 casos de suicidio relacionados con el acoso escolar.  En La Paz hay una Ley Municipal que expulsa del colegio al agresor.

Espero que les quede claro, Señores Periodistas, que esta ley no es una ley contra los piropos, sino una ley contra las violencias que no han sido nombradas ni identificadas debidamente y que sufren muchas personas de ambos sexos en su diario vivir, incluyendo a menores de edad, con el objetivo de que no pasen desapercibidas.

Haydée Méndez Illueca, Ph.D.

Abogada Especialista en Género y Derecho Penal