Torcer,
manipular, asustar, mentir, confundir, aterrorizar, dictaminar, oscurecer,
castigar, amedrentar, cohibir, castrar, mermar, infantilizar, frustrar… Las
religiones saben de la conjugación de los verbos más perversos. No hay que confundir
la religión (las religiones) con la espiritualidad, ni tan siquiera con la fe.
Somos seres humanos completos cuando la razón y la espiritualidad están
armonizadas, pero la religión es a la espiritualidad lo que el McDonald es a la
comida sana: la cooptación y perversión burocrática de las emociones más
profundas. No hay religión institucional si no hay rebaños, y no hay rebaños
sin mansas ovejas que crean, a pies juntillas, no lo que su corazón o su
espíritu les dicte, sino lo que el pastor de turno ordene.
Confieso que
estos días estoy ofendido y asqueado por la actitud de las autodenominadas
religiones respecto al proyecto de ley 61: una de las leyes más ingenuas y
básicas de las que se pueden conocer en la materia. Apenas un paso adelante
para subsanar el inmenso agujero de prejuicios, miedos e irresponsabilidades en
los que se basa la sexualidad y la salud reproductiva de muchas personas en
Panamá. La Iglesia católica, siempre tan temerosa del cuerpo humano y de sus
deleites, pide que el proyecto retroceda y vuelva a debatirse, cuando solo hay
que leer las actas de la Asamblea para constatar que quien tuvo algo que decir
lo dijo. El proyecto de ley en ningún momento amenaza la patria potestad de
esas dichosas familias, a las que ahora se apela, y en cuyo seno quedaron
embarazadas 10 mil 735 chicas de entre 15 y 19 años en 2014.
Los obispos
panameños nos regalaron la pasada semana un ejemplo de literatura decimonónica
al escribir en su pronunciamiento: “No podemos aceptar experimentos que han
fracasado en otros lugares, pero tampoco podemos desconocer que tenemos que
actuar, como sociedad, ante la asfixiante situación que viven nuestros niños y
niñas, bombardeados por un entorno hedonista y procaz, que desde la música, los
programas televisivos, la prensa sensacionalista, el ciberespacio cargado de
pornografía, y las propuestas publicitarias basadas en clichés eróticos,
invitan a la sensualidad y al placer sin convicción, responsabilidad ni amor
fecundo”. Claro, y por eso no quieren educar a los menores para que resistan
mejor a esos impactos. Los obispos podrían pronunciarse con la misma vehemencia
respecto a los 4 mil 812 casos de delitos contra la integridad y la libertad
sexual. Pero no… eso debe ser parte de la cultura patriarcal que se alimenta desde
los patriarcales púlpitos.
Los obispos
piden, además, una educación sexual que no violente la dignidad de “nuestra
niñez y juventud con nociones reduccionistas de una sexualidad banalizada y
empobrecida”. Es evidente que no se han leído las cartillas propuestas por el
Meduca. De hecho, las dichosas cartillas de las discordia son de lo más
conservadoras. Es casi imposible encontrar algún tipo debate sobre la
homosexualidad, no hay referencia a la transexualidad, la bisexualidad o la
asexualidad… En fin, que son cartillas pensadas para no escandalizar. Pero lo
cierto es que en Panamá el estado colonial de la institucionalidad religiosa
recuerda más a la inquisición que al papa Francisco.
Nada nuevo
sobre la religión católica: esa que desoye a su propio papa cuando este es
razonable y que calla los escándalos sexuales de sus propios sacerdotes para no
perder ni un ápice de su autoridad (no siempre moral) sobre el rebaño.
Pero a la
Iglesia católica y sus miedos a todo lo que empiece por la partícula “sex” estamos
acostumbrados. Ahora, además, debemos lidiar con los fanáticos homófobos de
otras religiones cristianas. Estas gentes han convocado a una gran marcha el 13
de julio, con un cartel asqueroso en el que relaciona el proyecto de ley con
una foto maniquea de dos niños varones besándose. Es decir: la educación sobre
salud sexual es equivalente a promocionar la homosexualidad, como si la
homosexualidad fuera una moda o una opción inducible. Estos fanáticos
peligrosos no consideran que las películas violentas, los programas sexistas o
la desigualdad laboral y social entre géneros sea un problema… todo el mal para
ellos se concentra en la homosexualidad potencial. Cualquier sicólogo en
prácticas les diría que salgan del clóset o dejen de fastidiar al prójimo. La
manifestación, al igual que la inundación de fanatismo en las redes sociales,
se convoca bajo otra manipulación: la utilización del Génesis 1:27 de forma
literal. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y
hembra los creó”. Es decir, que si lo interpretan de forma literal, Dios era
bisexual porque a su imagen y semejanza creó a un varón y a una hembra. Claro
que para los amantes del Pan y Génesis Dios era un mago maravilloso que “hizo
las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la
lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas”
(Génesis 1:16). Pues apaguemos la lumbrera mayor y volvamos a las cavernas
porque Panamá está secuestrada por unas sectas peligrosas que están forzando un
debate artificial para castrar una ley tan necesaria como limitada.
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