Por: Haydée Méndez Illueca
¿Porque la Real Academia Española (que fue fundada por patriarcas en
1713 y no tuvo una mujer como miembra sino 265 años después, como bien dice
Ángela Figueroa), diga que es incorrecto usar el lenguaje inclusivo, tenemos
que hacerle caso? El feminismo siempre
se ha caracterizado por ser irreverente, por ir contra la corriente. Es casi imposible ser feminista sin ser
rebelde. Cierto que nuestra labor es
propositiva, pero somos más del 50% de la población hispanohablante, por lo que
no veo por qué no se puede respetar también nuestra “pureza del lenguaje” y la valiosa labor de nuestras académicas.
La Real Academia no toma en cuenta el contexto, la perspectiva histórica
ni el ser humano como ser histórico. Por
lo mismo, lo ha dejado sin sexo, sin género, asexuado. El ser humano se considera uno y no se toman
en cuenta sus particularidades, ni su subjetividad, ni su historia, ni las
mismas condiciones en que tiene que librar su lucha diaria – en otras palabras,
es un pensamiento elaborado a espaldas del mundo de la vida, y esto se refleja
en que es uno para todos por igual. Al
no pensarse el lenguaje en clave histórica, no puede aparecer el género.
Creo que nadie puede estar en desacuerdo en que debemos aunar esfuerzos
mediante la colectivización, para llegar a la acción comunicativa y comunitaria
como única forma de forzar un cambio de paradigma con miras a una sociedad más
justa. Sin embargo, por medio del lenguaje
también se transmiten de generación en generación los hábitos culturales. El lenguaje no sólo comunica, sino que
conforma estos hábitos. Y resulta que
nuestros hábitos culturales son androcéntricos.
Las reglas del lenguaje son decisiones humanas que fueron establecidas
por la sociedad patriarcal y machista de esa época. Aunque a algunos les parezca natural y justo
que el hombre sea el referente universal, no es ni una cosa ni la otra, sino
más bien una expresión de las relaciones de poder que existen en nuestras
sociedades. Lo importante es que
mediante el lenguaje analizamos, filosofamos y hacemos ciencia y lo que no se
visibiliza en el lenguaje tampoco se visibiliza en nuestro mundo de la vida. Así, las teorías económicas y las políticas
públicas se desarrollan, no desde una perspectiva de género, sino desde la
experiencia y los intereses de los hombres.
Las connotaciones lingüísticas, obedeciendo a estos hábitos, muestran
desprecio hacia las mujeres, como podemos ver por el siguiente cuadro, que en
un tiempo llamó mucho la atención cuando recién comencé a capacitar en género,
y que estoy segura que muchos ya conocen:
Término
|
Connotación
lingüística
|
Machista
Feminista
|
Hombre macho
Lesbiana
|
Dios
Diosa
|
Creador del universo y cuya
divinidad se transmitió a su hijo varón por línea paterna
Ser mitológico de culturas
supersticiosas, obsoletas y olvidadas
|
Don Juan
Doña Juana
|
Hombre en todo su sentido
La mujer de la limpieza
|
Héroe
Heroína
|
Ídolo
Droga
|
Atrevido
Atrevida
|
Osado, valiente
Insolente, mal educada
|
Soltero
Soltera
|
Codiciado, inteligente, hábil
Quedada
|
Suegro
Suegra
|
Padre político
Bruja, metiche, etc.
|
Puto
Puta
|
Mujeriego
Mujer sexualmente promiscua,
sin moral
|
Perro
Perra
|
El mejor amigo del hombre
Puta
|
Zorro
Zorra
|
Espadachín Justiciero
Puta
|
Callejero
Callejera
|
De la calle, urbano
Puta
|
Hombrezuelo
Mujerzuela
|
Hombrecillo, mínimo, pequeño
Puta
|
Cualquier
Cualquiera
|
Fulano, mengano, zutano
Puta
|
Rápido
Rápida
|
Inteligente, despierto
Puta
|
Hombre de la vida
Mujer de la vida
|
Hombre de gran experiencia
Puta
|
Hombre público
Mujer pública
|
Personaje prominente, funcionario
público
Puta
|
Regalado
Regalada
|
Participio del verbo regalar
Puta
|
La gramática exige que se hable en masculino, aunque se haga referencia
a un grupo compuesto por una mayoría de mujeres. Aunque haya un grupo de cien mujeres y un
solo recién nacido varón, se pretende que el uso correcto sea el masculino genérico. A estos les contestaría que se haría el mismo
esfuerzo si utilizáramos el femenino como genérico. Como la voz “hombre” sirve tanto para definir
al varón como a toda la especie humana, el varón es sinónimo de la especie,
mientras que el papel de la mujer en la mayoría de los casos se ha reducido a
formar parte de la naturaleza que el hombre debe dominar. La aspiración debe ser que el parámetro o
paradigma de lo humano no debe ser ninguno de los sexos, ya que tanto mujeres como
hombres somos igualmente humanos.
El lenguaje inclusivo hace tiempo que recibe continuos ataques, tanto
por hombres como por mujeres, quienes alegan que se debe obtener la máxima
comunicación con el menor esfuerzo posible.
(Se alega que el masculino se utiliza también para designar a todos los
animales de una especie, pero en realidad, eso no sucede en todos los casos; recordemos
que hablamos de “ganado”, pero siempre diferenciamos entre la vaca que da leche
y el toro semental. Una ganadería puede
sobrevivir sólo con vacas inseminadas artificialmente, pero no sólo con toros.)
La Ley 6 del 2000 establece el uso obligatorio del lenguaje, contenido
e ilustraciones con perspectiva de género en
las obras y textos escolares. Pero nos
preguntamos ¿y en las obras y textos que no son escolares? Esta ley no abarca la evidente discriminación
que existe en las disposiciones legales, que tiene consecuencias tan graves (o
más graves) que la 8discriminación en los textos escolares ni las definiciones
sexistas que aún abundan en nuestros diccionarios. Las organizaciones feministas hicieron otro
esfuerzo, muy a pesar de lo que diga la RAE, cuando se modificaron los
códigos. El Código Penal antes decía “El que cause la muerte a otro será
sancionado con …”; ¿quería eso decir que las mujeres podíamos matar
impunemente? Ahora, bajo presión, dice “Quien cause la muerte”. Ahora ya incluyeron a las mujeres en el
baile, y no he visto que ningún hombre se haya opuesto.
En opinión de la escritora y feminista Alda Facio, “Es indispensable
poder nombrar aquello que nos oprime, para que nuestras conciencias empiecen a
aprehender el fenómeno y también, para que podamos comunicarlo de unas a otras
y de generación en generación. Si sólo
los hombres han ejercido el poder de definir y sólo ellos han conformado esta
sociedad, no es descabellado afirmar que sólo ellos han decidido qué valores
son los que deben guiarnos a todos y a todas.
De hecho, no es difícil comprobar que esta cultura tiene un
desequilibrado énfasis en lo masculino que perjudica tanto a mujeres como a
hombres, pero más a las mujeres.”
Nos dice Alda: “Considero que una de las múltiples formas pacíficas de
ir adquiriendo poder es regalándonos el don de la palabra; permitiéndonos
nombrar lo que pensamos y sentimos; dándonos la oportunidad de definir desde
nuestra perspectiva lo que ya ha sido definido desde la perspectiva masculina;
perdiéndole el miedo a ciertas palabras que se utilizan para mantenernos
sumisas tales como feminista, lesbiana, solterona, etc., y lanzándonos de lleno
a conformar una nueva ética, un nuevo concepto de lo humano, que incluya
también a lo femenino. En fin,
créandonos una nueva sociedad.”
Las mujeres también encuentran obstáculos lingüísticos para ascender al
poder cuando se encuentran con el “muro
de palabras”. Este término, acuñado
por Tannen, se refiere a las diferencias en los estilos conversacionales de
hombres y mujeres, que conducen a que las formas en las cuales las mujeres se
expresan las hagan lucir menos valiosas, menos preparadas, menos aptas o menos
competentes para el ascenso, porque las pautas masculinas dominan. A esto debemos agregar que el tono y volumen
más fuerte de la voz masculina (y esto sí podemos decir que es una
característica natural, aunque la
reacción a la misma no lo sea), coloca a las mujeres en desventaja en cualquier
debate político o judicial. Hasta cierto
punto es normal (para usar el término
en sentido androcéntrico) que una voz fuerte tenga predominio sobre una más
débil. No obstante, esto no es del todo
cierto: a veces se logra llamar más la atención si se habla en voz baja, ya que
el interlocutor o el juez tiene que hacer un mayor esfuerzo para oírla.
Finalmente, si el lenguaje lo utilizamos para definir, vale la pena aclarar
otros términos acuñados por feministas, que describen y definen la situación
actual de la mujer, como son el techo de
cristal, la pared de cristal, el suelo pegajoso, el ghetto de terciopelo y otros.
El techo de cristal es el más
conocido de los mecanismos de exclusión institucionalizados en el área laboral,
y se refiere a la barrera invisible que actúa como tope insalvable en el
ascenso de las mujeres al poder. La
metáfora apareció por vez primera en 1986 en un artículo del Wall Street Journal y se popularizó
rápidamente hasta alcanzar a ser un término oficial, cuando en los Estados
Unidos la Ley de los Derechos Civiles de 1991 estableció la Federal Glass Ceiling Comission (FGCC),
con la misión de identificar las causas de la discriminación de género y hacer
las recomendaciones pertinentes.
La pared de cristal se
refiere a uno de los soportes del techo
de cristal. Se trata de las
prácticas de discriminación indirecta que impiden a las mujeres transitar las
vías establecidas en la línea de mando que las conducirían a cargos de
poder. No es más que una práctica de
segregación laboral, por medio de la cual las mujeres son excluidas por paredes
normativas invisibles. Se les segrega y
se les coloca en clusters o grupos de
participación no directa, como las secciones de staff de las organizaciones.
El suelo pegajoso, también
emparentado al fenómeno del techo de
cristal, se refiere a las obligaciones y a los llamados que se les imponen
a las mujeres para que no abandonen el espacio doméstico. Las mujeres tienen grandes dificultades para
desprenderse de ese suelo pegajoso que las atrapa en obligaciones y solicitudes
por quienes se sienten abandonados por su salida hacia la esfera pública. Lograr el equilibrio entre las demandas
externas y las de la familia y el hogar es un esfuerzo físico y emocional
considerable y fuente de conflictos para las mujeres, que se sienten culpables
y “partidas en dos” al tratar de cumplir con las demandas de ambos mundos. Los hombres, por el contrario, en su rol de
“proveedores”, no tienen por qué sentirse culpables, si están en el lugar que
les corresponde: la esfera pública. Si
el mundo doméstico los reclama, invariablemente contestan que todo lo hacen como
un “sacrificio” en pro de su familia.
El ghetto de terciopelo o
“velvet ghetto” se refiere a áreas de desempeño profesional y ocupacional que
se “feminizan”, con la consecuente disminución de calidad, salarios y
condiciones de trabajo, así como de posibilidades de ascenso a posiciones ejecutivas. Entre las conclusiones de los estudios que se
han hecho,
se señala que dado el deterioro de las condiciones de trabajo que acarrea la
feminización de tales áreas, el “ghetto de terciopelo” se convierte rápidamente
en un “ghetto de poliéster”. Un ejemplo
de esto sería la profesión de cajeros de banco, que en Estados Unidos a
principios del siglo pasado eran casi todos hombres; cuando los hombres se
fueron a la guerra, los reemplazaron las mujeres. Actualmente las mujeres cajeras están en
abrumadora mayoría, con la consecuente baja en los salarios y en el prestigio
de estos puestos.
El familismo es el término que se usa para describir otra forma de sexismo, que
ocurre cuando el papel de la mujer dentro del núcleo familiar determina su
existencia y por tanto define sus necesidades, enmarcándola en el núcleo
familiar sin tomar en cuenta sus necesidades, aspiraciones ni derechos como
persona.
No se puede exagerar, pues, la importancia que tiene el lenguaje y la
definición de estos términos para la lucha por la justicia y la igualdad,
porque una vez definidos, se identifican y al identificarlos, se da un paso
hacia la conciencia de género.
La crítica feminista a las teorías de igualdad de los filósofos
liberales contemporáneos se basa en que ponen demasiado énfasis en principios
abstractos y ninguna de ellas parte de la perspectiva feminista ni toma en
cuenta la realidad de la opresión de las mujeres en la vida real. En general, la objeción más importante acerca
del método filosófico es que la perspectiva del filósofo o su punto de partida
ha sido siempre (y sigue siendo) el punto de vista masculino, que al no abordar
ni las experiencias ni las perspectivas de las mujeres, tiene como resultado
teorías que mantienen la opresión de las mujeres. Por ejemplo, por tradición la filosofía
utiliza distinciones y dicotomías. La
distinción principal es entre cuerpo y mente – la mente y su actividad son
superiores al cuerpo y sus experiencias – lo que crea la distinción entre
conocimiento y experiencia. Sólo ciertas
cosas se consideran conocimiento, y la experiencia física no es una de
ellas. Por el contrario, el análisis
feminista hace hincapié en la experiencia de las mujeres y la importancia
central que esa realidad debe tener para la teoría. De esta manera, la teoría, en vez de ser
creada de arriba para abajo, debe construirse de abajo para arriba: debe surgir
de las experiencias compartidas de aquellos a los que la teoría se aplica.
Una de las significaciones más profundas en que se expresa
históricamente la idea de género es la distinción entre lo público y lo
privado. Del lado de lo público – los
procesos de mercado, la administración burocrática, la producción capitalista –
se define la masculinidad; mientras que del lado de lo privado – la esfera de
la familia, de la emoción, del cariño y la sexualidad – se define la
feminidad. El feminismo busca una
interacción entre el status jurídico positivo y el status activo, que permita a
las mujeres ejercer su papel como ciudadanas – que logren la autonomía privada
a la vez que la autonomía pública, mediante la reflexión, como una forma de
romper y poner fin al predominio de una sobre la otra.
La teoría
política liberal presume que toda teoría moral o política, para que sea válida,
debe ser objetiva, no tener prejuicios.
La mejor forma de lograr esto, según los filósofos, es apartándose de
características fortuitas como raza, clase o sexo; pero la teoría feminista
duda que se haya utilizado una posición realmente neutral u objetiva, sino que
más bien la posición masculina ha excluido el punto de vista femenino y sigue
subyugando a las mujeres como clase.
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