sábado, 8 de marzo de 2014

EL BUEN USO DEL ESPAÑOL” SEGÚN LA RAE

Por: Haydée Méndez Illueca

¿Porque la Real Academia Española (que fue fundada por patriarcas en 1713 y no tuvo una mujer como miembra sino 265 años después, como bien dice Ángela Figueroa), diga que es incorrecto usar el lenguaje inclusivo, tenemos que hacerle caso?  El feminismo siempre se ha caracterizado por ser irreverente, por ir contra la corriente.  Es casi imposible ser feminista sin ser rebelde.  Cierto que nuestra labor es propositiva, pero somos más del 50% de la población hispanohablante, por lo que no veo por qué no se puede respetar también nuestra “pureza del lenguaje” y la valiosa labor de nuestras académicas.

La Real Academia no toma en cuenta el contexto, la perspectiva histórica ni el ser humano como ser histórico.  Por lo mismo, lo ha dejado sin sexo, sin género, asexuado.  El ser humano se considera uno y no se toman en cuenta sus particularidades, ni su subjetividad, ni su historia, ni las mismas condiciones en que tiene que librar su lucha diaria – en otras palabras, es un pensamiento elaborado a espaldas del mundo de la vida, y esto se refleja en que es uno para todos por igual.  Al no pensarse el lenguaje en clave histórica, no puede aparecer el género.

Creo que nadie puede estar en desacuerdo en que debemos aunar esfuerzos mediante la colectivización, para llegar a la acción comunicativa y comunitaria como única forma de forzar un cambio de paradigma con miras a una sociedad más justa.  Sin embargo, por medio del lenguaje también se transmiten de generación en generación los hábitos culturales.  El lenguaje no sólo comunica, sino que conforma estos hábitos.  Y resulta que nuestros hábitos culturales son androcéntricos.

Las reglas del lenguaje son decisiones humanas que fueron establecidas por la sociedad patriarcal y machista de esa época.  Aunque a algunos les parezca natural y justo que el hombre sea el referente universal, no es ni una cosa ni la otra, sino más bien una expresión de las relaciones de poder que existen en nuestras sociedades.  Lo importante es que mediante el lenguaje analizamos, filosofamos y hacemos ciencia y lo que no se visibiliza en el lenguaje tampoco se visibiliza en nuestro mundo de la vida.  Así, las teorías económicas y las políticas públicas se desarrollan, no desde una perspectiva de género, sino desde la experiencia y los intereses de los hombres. 

Las connotaciones lingüísticas, obedeciendo a estos hábitos, muestran desprecio hacia las mujeres, como podemos ver por el siguiente cuadro, que en un tiempo llamó mucho la atención cuando recién comencé a capacitar en género, y que estoy segura que muchos ya conocen:

Término
Connotación lingüística
Machista
Feminista
Hombre macho
Lesbiana
Dios

Diosa
Creador del universo y cuya divinidad se transmitió a su hijo varón por línea paterna
Ser mitológico de culturas supersticiosas, obsoletas y olvidadas
Don Juan
Doña Juana
Hombre en todo su sentido
La mujer de la limpieza
Héroe
Heroína
Ídolo
Droga
Atrevido
Atrevida
Osado, valiente
Insolente, mal educada
Soltero
Soltera
Codiciado, inteligente, hábil
Quedada
Suegro
Suegra
Padre político
Bruja, metiche, etc.
Puto
Puta
Mujeriego
Mujer sexualmente promiscua, sin moral
Perro
Perra
El mejor amigo del hombre
Puta
Zorro
Zorra
Espadachín Justiciero
Puta
Callejero
Callejera
De la calle, urbano
Puta
Hombrezuelo
Mujerzuela
Hombrecillo, mínimo, pequeño
Puta
Cualquier
Cualquiera
Fulano, mengano, zutano
Puta
Rápido
Rápida
Inteligente, despierto
Puta
Hombre de la vida
Mujer de la vida
Hombre de gran experiencia
Puta
Hombre público
Mujer pública
Personaje prominente, funcionario público
Puta
Regalado
Regalada
Participio del verbo regalar
Puta

La gramática exige que se hable en masculino, aunque se haga referencia a un grupo compuesto por una mayoría de mujeres.  Aunque haya un grupo de cien mujeres y un solo recién nacido varón, se pretende que el uso correcto sea el masculino genérico.  A estos les contestaría que se haría el mismo esfuerzo si utilizáramos el femenino como genérico.  Como la voz “hombre” sirve tanto para definir al varón como a toda la especie humana, el varón es sinónimo de la especie, mientras que el papel de la mujer en la mayoría de los casos se ha reducido a formar parte de la naturaleza que el hombre debe dominar.  La aspiración debe ser que el parámetro o paradigma de lo humano no debe ser ninguno de los sexos, ya que tanto mujeres como hombres somos igualmente humanos.

El lenguaje inclusivo hace tiempo que recibe continuos ataques, tanto por hombres como por mujeres, quienes alegan que se debe obtener la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible.  (Se alega que el masculino se utiliza también para designar a todos los animales de una especie, pero en realidad, eso no sucede en todos los casos; recordemos que hablamos de “ganado”, pero siempre diferenciamos entre la vaca que da leche y el toro semental.  Una ganadería puede sobrevivir sólo con vacas inseminadas artificialmente, pero no sólo con toros.)

La Ley 6 del 2000 establece el uso obligatorio del lenguaje, contenido e ilustraciones con perspectiva de género en las obras y textos escolares.  Pero nos preguntamos ¿y en las obras y textos que no son escolares?  Esta ley no abarca la evidente discriminación que existe en las disposiciones legales, que tiene consecuencias tan graves (o más graves) que la 8discriminación en los textos escolares ni las definiciones sexistas que aún abundan en nuestros diccionarios.  Las organizaciones feministas hicieron otro esfuerzo, muy a pesar de lo que diga la RAE, cuando se modificaron los códigos.  El Código Penal antes decía “El que cause la muerte a otro será sancionado con …”; ¿quería eso decir que las mujeres podíamos matar impunemente?  Ahora, bajo presión, dice “Quien cause la muerte”.  Ahora ya incluyeron a las mujeres en el baile, y no he visto que ningún hombre se haya opuesto.

En opinión de la escritora y feminista Alda Facio, “Es indispensable poder nombrar aquello que nos oprime, para que nuestras conciencias empiecen a aprehender el fenómeno y también, para que podamos comunicarlo de unas a otras y de generación en generación.  Si sólo los hombres han ejercido el poder de definir y sólo ellos han conformado esta sociedad, no es descabellado afirmar que sólo ellos han decidido qué valores son los que deben guiarnos a todos y a todas.  De hecho, no es difícil comprobar que esta cultura tiene un desequilibrado énfasis en lo masculino que perjudica tanto a mujeres como a hombres, pero más a las mujeres.” 

Nos dice Alda: “Considero que una de las múltiples formas pacíficas de ir adquiriendo poder es regalándonos el don de la palabra; permitiéndonos nombrar lo que pensamos y sentimos; dándonos la oportunidad de definir desde nuestra perspectiva lo que ya ha sido definido desde la perspectiva masculina; perdiéndole el miedo a ciertas palabras que se utilizan para mantenernos sumisas tales como feminista, lesbiana, solterona, etc., y lanzándonos de lleno a conformar una nueva ética, un nuevo concepto de lo humano, que incluya también a lo femenino.  En fin, créandonos una nueva sociedad.”

Las mujeres también encuentran obstáculos lingüísticos para ascender al poder cuando se encuentran con el “muro de palabras”.  Este término, acuñado por Tannen, se refiere a las diferencias en los estilos conversacionales de hombres y mujeres, que conducen a que las formas en las cuales las mujeres se expresan las hagan lucir menos valiosas, menos preparadas, menos aptas o menos competentes para el ascenso, porque las pautas masculinas dominan.  A esto debemos agregar que el tono y volumen más fuerte de la voz masculina (y esto sí podemos decir que es una característica natural, aunque la reacción a la misma no lo sea), coloca a las mujeres en desventaja en cualquier debate político o judicial.  Hasta cierto punto es normal (para usar el término en sentido androcéntrico) que una voz fuerte tenga predominio sobre una más débil.  No obstante, esto no es del todo cierto: a veces se logra llamar más la atención si se habla en voz baja, ya que el interlocutor o el juez tiene que hacer un mayor esfuerzo para oírla.

Finalmente, si el lenguaje lo utilizamos para definir, vale la pena aclarar otros términos acuñados por feministas, que describen y definen la situación actual de la mujer, como son el techo de cristal, la pared de cristal, el suelo pegajoso, el ghetto de terciopelo y otros.

El techo de cristal es el más conocido de los mecanismos de exclusión institucionalizados en el área laboral, y se refiere a la barrera invisible que actúa como tope insalvable en el ascenso de las mujeres al poder.  La metáfora apareció por vez primera en 1986 en un artículo del Wall Street Journal y se popularizó rápidamente hasta alcanzar a ser un término oficial, cuando en los Estados Unidos la Ley de los Derechos Civiles de 1991 estableció la Federal Glass Ceiling Comission (FGCC), con la misión de identificar las causas de la discriminación de género y hacer las recomendaciones pertinentes.

La pared de cristal se refiere a uno de los soportes del techo de cristal.  Se trata de las prácticas de discriminación indirecta que impiden a las mujeres transitar las vías establecidas en la línea de mando que las conducirían a cargos de poder.  No es más que una práctica de segregación laboral, por medio de la cual las mujeres son excluidas por paredes normativas invisibles.  Se les segrega y se les coloca en clusters o grupos de participación no directa, como las secciones de staff de las organizaciones.

El suelo pegajoso, también emparentado al fenómeno del techo de cristal, se refiere a las obligaciones y a los llamados que se les imponen a las mujeres para que no abandonen el espacio doméstico.  Las mujeres tienen grandes dificultades para desprenderse de ese suelo pegajoso que las atrapa en obligaciones y solicitudes por quienes se sienten abandonados por su salida hacia la esfera pública.  Lograr el equilibrio entre las demandas externas y las de la familia y el hogar es un esfuerzo físico y emocional considerable y fuente de conflictos para las mujeres, que se sienten culpables y “partidas en dos” al tratar de cumplir con las demandas de ambos mundos.  Los hombres, por el contrario, en su rol de “proveedores”, no tienen por qué sentirse culpables, si están en el lugar que les corresponde: la esfera pública.  Si el mundo doméstico los reclama, invariablemente contestan que todo lo hacen como un “sacrificio” en pro de su familia.

El ghetto de terciopelo o “velvet ghetto” se refiere a áreas de desempeño profesional y ocupacional que se “feminizan”, con la consecuente disminución de calidad, salarios y condiciones de trabajo, así como de posibilidades de ascenso a posiciones ejecutivas.  Entre las conclusiones de los estudios que se han hecho, se señala que dado el deterioro de las condiciones de trabajo que acarrea la feminización de tales áreas, el “ghetto de terciopelo” se convierte rápidamente en un “ghetto de poliéster”.  Un ejemplo de esto sería la profesión de cajeros de banco, que en Estados Unidos a principios del siglo pasado eran casi todos hombres; cuando los hombres se fueron a la guerra, los reemplazaron las mujeres.  Actualmente las mujeres cajeras están en abrumadora mayoría, con la consecuente baja en los salarios y en el prestigio de estos puestos.

El familismo es el término que se usa para describir otra forma de sexismo, que ocurre cuando el papel de la mujer dentro del núcleo familiar determina su existencia y por tanto define sus necesidades, enmarcándola en el núcleo familiar sin tomar en cuenta sus necesidades, aspiraciones ni derechos como persona.

No se puede exagerar, pues, la importancia que tiene el lenguaje y la definición de estos términos para la lucha por la justicia y la igualdad, porque una vez definidos, se identifican y al identificarlos, se da un paso hacia la conciencia de género.

La crítica feminista a las teorías de igualdad de los filósofos liberales contemporáneos se basa en que ponen demasiado énfasis en principios abstractos y ninguna de ellas parte de la perspectiva feminista ni toma en cuenta la realidad de la opresión de las mujeres en la vida real.  En general, la objeción más importante acerca del método filosófico es que la perspectiva del filósofo o su punto de partida ha sido siempre (y sigue siendo) el punto de vista masculino, que al no abordar ni las experiencias ni las perspectivas de las mujeres, tiene como resultado teorías que mantienen la opresión de las mujeres.  Por ejemplo, por tradición la filosofía utiliza distinciones y dicotomías.  La distinción principal es entre cuerpo y mente – la mente y su actividad son superiores al cuerpo y sus experiencias – lo que crea la distinción entre conocimiento y experiencia.  Sólo ciertas cosas se consideran conocimiento, y la experiencia física no es una de ellas.  Por el contrario, el análisis feminista hace hincapié en la experiencia de las mujeres y la importancia central que esa realidad debe tener para la teoría.  De esta manera, la teoría, en vez de ser creada de arriba para abajo, debe construirse de abajo para arriba: debe surgir de las experiencias compartidas de aquellos a los que la teoría se aplica.

Una de las significaciones más profundas en que se expresa históricamente la idea de género es la distinción entre lo público y lo privado.  Del lado de lo público – los procesos de mercado, la administración burocrática, la producción capitalista – se define la masculinidad; mientras que del lado de lo privado – la esfera de la familia, de la emoción, del cariño y la sexualidad – se define la feminidad.  El feminismo busca una interacción entre el status jurídico positivo y el status activo, que permita a las mujeres ejercer su papel como ciudadanas – que logren la autonomía privada a la vez que la autonomía pública, mediante la reflexión, como una forma de romper y poner fin al predominio de una sobre la otra.

La teoría política liberal presume que toda teoría moral o política, para que sea válida, debe ser objetiva, no tener prejuicios.  La mejor forma de lograr esto, según los filósofos, es apartándose de características fortuitas como raza, clase o sexo; pero la teoría feminista duda que se haya utilizado una posición realmente neutral u objetiva, sino que más bien la posición masculina ha excluido el punto de vista femenino y sigue subyugando a las mujeres como clase.




No hay comentarios:

Publicar un comentario