sábado, 31 de agosto de 2013

EL INCREMENTO DE LA VIOLENCIA CONTRA MUJERES


Por:  Haydée Méndez Illueca, Ph.D.

En los últimos años ha habido un alarmante aumento de violencia masculina en contra de las mujeres, de todas las edades y niveles económicos, pero sobre todo de femicidios de mujeres entre los 21 y 30 años, la mayoría de las cuales dejan huérfanos menores de edad.  La violencia contra las mujeres es un problema mundial de salud pública que ha tenido un incremento cuantitativo, acompañado de un alto índice de impunidad, mayor ensañamiento y crueldad y nuevas formas novedosas en su forma de realización y consecuencias.  En reconocimiento de este problema, el Secretario General de las Naciones Unidas ha lanzado la campaña global “Únete para poner fin a la violencia contra las mujeres” en febrero del 2008, que se extiende hasta 2015.  En América Latina la campaña se puso en marcha en el año 2009 y sus tres pilares son:  Alto a la impunidad; Ni una más; y La responsabilidad es de todas y todos.

La violencia masculina contra la mujer cambia continuamente, porque refleja el contexto social en que se da, por lo que los Estados deben estar al día en la legislación y políticas públicas para enfrentar estas nuevas formas de violencia a medida que van surgiendo.  América Latina y sobre todo Centroamérica, es una de las regiones más violentas.  Según informe de UNDOC, 14 países de la región se encuentran entre los 25 países con mayor tasa de femicidio en el mundo.  El Salvador está en primer lugar, Guatemala en el tercero y Honduras en el séptimo.

En Centroamérica la mitad de las muertes de mujeres se produce por violencia, casi siempre por el compañero.  El femicidio es algo común.  Dos de cada tres mujeres asesinadas mueren por cuestiones de género y cada vez con más crueldad.  El 80% de las víctimas de trata son mujeres y generalmente las redes quedan impunes.  En los casos de mujeres y niñas desaparecidas, no hay una investigación pronta y expedita.  Las autoridades inician las investigaciones 72 horas después de que hayan desaparecido, a pesar de que se sabe que las primeras horas son fundamentales.  Las desapariciones generalmente desembocan en tortura, violación, trata y femicidio.  Ni los tratados, ni los sistemas de justicia, ni las leyes, van al ritmo de los grupos delincuenciales, que cada día actualizan su forma de operar.

En Panamá estamos atrasados en cuanto al cumplimiento de nuestras obligaciones establecidas en la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer y la Convención Interamericana Belen Do Pará.  Es necesario incorporar como parte de los elementos subjetivos del tipo penal el tema de la misoginia y del ejercicio del poder patriarcal.  Desde el 2009 las organizaciones panameñas de mujeres venimos luchando, no solo por la tipificación del femicidio como figura penal autónoma, sino por una ley integral contra la violencia, la cual se da en muchas formas y que en última instancia puede llegar al Femicidio, la consecuencia final y más grave de un uso continuado de la discriminación y la violencia hacia mujeres y niñas”.

Esta ley ha sido presentada a la Asamblea Nacional por varios diputados de diferentes partidos, ha sido prohijada en 2013 y por primera vez ha recibido el apoyo de la actual Procuradora General de la República, Ana Belfon.  No obstante, todavía no ha sido debatida.  Y es que hay resistencia a reconocer el femicidio, que es la situación estructural más grave que padece la sociedad.  Se le da mucho más importancia a los asesinatos por terrorismo en el mundo y en España, que a los femicidios: en el planeta se producen 600 asesinatos por terrorismo anuales y 5,000 asesinatos por violencia machista; en España, la media anual de personas asesinadas por ETA es de 17 mientras que las mujeres que mueren al año por violencia de género supera las 68.

Todos los días y en todas partes las mujeres son asesinadas.  Por sus maridos, sus parejas, sus ex parejas.  También con relación a la prostitución (que no es más que una forma más de violencia contra las mujeres), la pornografía, en situaciones de conflicto armado o guerras, donde la mujer es el botín, en la calle---en fin, todos crímenes por el hecho de ser mujeres.  Y aún quedan numerosas formas de violencia que en gran medida no están documentadas.  ¿Cómo podríamos explicar este fenómeno?

Miguel Lorente lo ha relacionado con el Posmachismo, que ha definido como una corriente que “defiende las referencias de la desigualdad” y que relaciona la violencia “con todo lo que es avance”.  Para él el femicidio va a existir donde haya mayor protagonismo y autonomía de las mujeres y donde exista más impunidad.  A medida que aumenta el poder de las mujeres, éste es contestado colectivamente por los hombres con nuevas formas de violencia con la finalidad de que las mujeres regresen al ámbito privado y se olviden de lo público.  La violencia contra la mujer es un medio para perpetuar la subordinación de las mujeres y a la vez una consecuencia de su subordinación.

El neopatriarcado, como lo llama Teresa Ulloa, Directora de la Coalición contra la Trata de México, ha hecho alianza con el neoliberalismo en contra de las mujeres. 

La dominación masculina y subordinación femenina se ha construido socialmente y el rol de mujeres y hombres se ha ordenado jerárquicamente de tal manera que los hombres ejerzan el poder y el control.  Con el neopatriarcado ha surgido otra vez la naturalización de las desigualdades, que confieren derechos sexuales al hombre y la protección de la familia y el hogar, que se valora como algo sagrado que está por encima de los derechos de la mujer (familismo).

En nuestra región todavía tenemos ideologías “macondianas” donde se protege e imponen supuestos valores y costumbres que encubren un trasfondo patriarcal y de subordinación de la mujer, como la entrega de niñas para el matrimonio o formación de una familia, embarazos forzados, la prohibición de trabajo a las mujeres, y la prohibición de acceso de las mujeres a la salud sexual y reproductiva.  Las tradiciones y los valores religiosos se utilizan para justificar la violencia contra la mujer.  Abundan todavía los crímenes cometidos en nombre del honor y las penas discriminatorias impuestas en virtud de leyes de inspiración religiosa y las limitaciones a los derechos de la mujer en el matrimonio.  Las normas jerárquicas de género tienen raíces en la moral tradicional católica, que define los diferentes roles de mujeres y hombres.  A las mujeres se les pone de ejemplo la Virgen María, con sus características de virginidad, pureza sexual y maternidad.  Esto se traduce en responsabilidad por los hijos y el hogar.  Las mujeres que cuestionen normas tradicionales y religiosas sufren daños, estigmas y son condenadas.

Cuando el Estado no sanciona a los agresores, la impunidad intensifica la subordinación y la impotencia de las víctimas.  El mensaje: agredir a una mujer es aceptable e inevitable.  El resultado es que el comportamiento violento se normaliza.

La violencia machista no es causada por la guerra, porque se da en los países en paz.  No es causada por el crimen organizado, porque no es el único autor.  No es causada por el alcohol, porque se da en países donde se prohíbe beber alcohol.  No es causada por la pobreza, porque se da en países ricos y en países pobres, en familias ricas y familias pobres.  No se debe a la ignorancia, porque la sufren esposas e hijas de renombrados políticos, presidentes, diputados, universitarios, ministros, literatos, científicos y profesionales.

Su origen está en el patriarcado y la dominación masculina y subordinación femenina, que han sido construidos socialmente.  Es necesario cambiar este paradigma.  La respuesta tiene que ser global y es responsabilidad de todos.

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